OPINIóN
Actualizado 22/01/2014
Francisco Javier Blázquez

Al llegar la temporada de las nominaciones para los Óscar, Goya, Globos y demás premios se habla mucho de cine. Opiniones hay para todos los gustos, que es cosa muy sana. Pero no vamos considerar estas candidaturas, que para eso están los críticos especializados. Hoy, entre tanta noticia de relumbrón cinematográfico, barremos para casa para reivindicar una modesta película salmantina que ha conseguido ya el único galardón al que quizás podía optar. El largometraje "Un Dios prohibido", para orgullo de Ciudad Rodrigo y Salamanca, ha sido laureado con el premio Bravo 2013 en la categoría de cine y en pocas fechas, pasado san Francisco de Sales, le será entregado en Madrid.

Los premios Bravo los concede desde 1971 la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social y tienen como objetivo reconocer, por parte de la Iglesia, a los profesionales de la comunicación que en los diversos medios hayan destacado a lo largo del año por el servicio a la dignidad del hombre, los derechos humanos y los valores evangélicos.

"Un Dios prohibido" ha sido hasta la fecha el proyecto más ambicioso de la productora mirobrigense Contracorriente. Aun así, su coste es casi irrisorio en el panorama de los recortados presupuestos del cine español. Por eso resulta meritorio que una de estas películas, producidas y rodadas en Ciudad Rodrigo, por primera vez pudiese estrenarse en salas comerciales de toda España y permaneciese, en el caso de Salamanca, más de un mes en cartelera. La labor de Pablo Moreno, el director, y quienes como Juan Carlos Sánchez apoyan desde la trastienda, empiezan a ser consideradas en el mundo del cine. Y como salmantinos nos alegramos.

Es verdad que la película tiene sus limitaciones, porque los recursos no dan para mucho más. Pero en este caso no hay que hablar de fotografía, sonido, interpretaciones o guion. "Un Dios prohibido" es otra cosa. Es un testimonio dirigido al corazón de las personas y, aunque pueda parecer lo contrario, un canto al perdón y a la reconciliación. El tema de por sí es peliagudo, porque recrear los últimos días de los religiosos claretianos de Barbastro antes de su asesinato en 1936 se podía prestar a muchas interpretaciones. El suceso se narra tal cual fue, porque está muy bien documentado, y sin ocultar detalles de la matanza que se realizó, igual que tantas y tantas otras a lo largo de la Guerra Civil, en el guion se ha cuidado mucho huir de la dualidad entre buenos y malos. En ambos bandos hubo depravados y víctimas inocentes, en ambos hubo cobardes, oportunistas, héroes y justos. Y eso queda reflejado en una película que aun siendo apologética, porque lo es, quiere destacar por encima de todo que hasta en medio de las mayores monstruosidades el corazón humano sigue siendo capaz de amar y perdonar. Los religiosos claretianos dieron su vida por la fe, igual que otros la perdieron por defender sus ideales, y eso es siempre algo encomiable.

En estos tiempos de tanta crispación, recordar el pasado para aprender, de manera sosegada y constructiva, resulta el mejor homenaje que se puede rendir a estos mártires de Barbastro y a tantos otros hombres y mujeres que perdieron absurdamente la vida durante la Guerra Civil. La película mirobrigense, por estas razones, ha sido merecedora de un premio que, yendo más allá de lo cinematográfico, reconoce la dignificación de la persona y los valores evangélicos, con títulos de tan buen recuerdo en los últimos años como "Maktub", "De dioses y de hombres" y "La última cima". Para el cine salmantino, que afortunadamente goza de muy buena salud, es una gran noticia.

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