OPINIóN
Actualizado 21/01/2014
Fernando Segovia

A quien corresponda. A los que manejan y gestionan todo este tinglado sociopolítico y económico, y decirles que seguramente aún pueden salvarse ellos, salvando algo de esta situación que no parece dar más de sí. Una vez atacadas sistemática e inmisericordemente las bases de la sociedad que les sustenta mediante impuestos y votos, y cuando parece no haber mucho más donde rascar (sin el peligro de un estallido social que para ellos sería mucho peor), deberían irse planteando ya su propia supervivencia dejando espitas abiertas por donde descargar tanto gas letal acumulado. Hay múltiples evidencias. Son demasiados y demasiado ricos todos (y hasta harto inmorales en sus actos) como para aspirar a que esto pueda seguir manteniéndose sin cambios ni maquillajes. Exige ya una buena poda para que el olivo no muera del todo. Y yo, que soy bien de la base, de los claramente perjudicados, aquí estoy dándoles consejos para que reaccionen. Por si se les ocurre hacerme caso.

Los poderosos resistieron muy bien desde la dictadura a la transición porque acordaron unas ciertas reformas (con algunos pocos sacrificados, como tienen que ser estas cosas) que maquillaron y convencieron a una sociedad que se instaló durante unos años en un pretendido y relativo bienestar general. Y, ojo, no pareció irnos mal del todo. Se reformó en cierta medida un estado anterior para intentar contentar y avanzar entre todos. Y yo no creo tanto en que sólo fuese la presión social y la sociedad civil la que propiciase eso, sino las clases dirigentes que supieron reaccionar a tiempo y aceleraron todos esos pasos. Y, así, esas mismas clases privilegiadas siguieron siéndolo después transformadas en partidos mayoritarios, lobbys sociales, sindicales, culturales y económicos. Nunca perdieron las prebendas que alcanzaron en el régimen anterior y dieron cabida en esa nueva estructura a las élites contestarias de la dictadura. Todos (casi todos) tan contentos y casi de la mano fueron. Y hasta ahora.

Ahora este parece ser un sistema en derribo. Esto no resiste ya, está podrido. Por todas partes hace agua. Pero los de lo alto de la cúpula de la pirámide gestora, los del poder no quieren darse cuenta de que, a medio plazo, puedan perder. Y perder todo. Un estado mastodóntico, con tantísimas ramificaciones en la administración la mar de inútiles, tan sumamente complejo, tan caro y casi desmembrado, que no se sostiene cuando ya no hay más cabras para ordeñar. Dense cuenta y reaccionen de una buena vez. Entonces, les sugiero, que comiencen ya los sacrificios entre propios correligionarios (que se me antojan inevitables). Sacrificios y algo de solidaridad. Seguramente deberán empezar a caer los menos poderosos, los ineficaces, los menos preparados, los menos listos, o los peor ubicados desde sus celdas del estupendo panal que ocupan con nuestra presumible inocencia y nuestros votos, y así, salvando algo de la vieja estructura y economía, desmonten ya este mastodonte sin sentido. Desmóntenlo ya, pues corre prisa. Y hagan nuevas cuentas, que esas sí que pueden cuadrarles luego. Abaraten costes y repartan nuevamente. Devuélvannos alguno de los servicios que alcanzamos y pronto perdimos, alguno de nuestros empleos y algo de nuestros sueldos. E ilusiones. Comiencen ya a dar pasos (porque un pueblo harto, tan depauperado y airado puede obligarlos a hacer de otro modo y con suma urgencia además).

Si quieren podemos darles sugerencias varias de por dónde empezar a reformar. Se nos ocurren un montón de lugares y puestos sin sentido, sin duda. A nosotros nos está urgiendo ya tener líderes válidos, creíbles, que den pasos al frente, renuncien a la prebenda, desmonten a otros que desean la inamovilidad, simplifiquen muchísimo más y reformen algo de tanto pendiente. No nos engañen (y se sigan engañando más).

 

 

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