OPINIóN
Actualizado 18/01/2014
Santi Riesco

"Toda persona pertenece a la humanidad y comparte con la entera familia humana de los pueblos la esperanza en un futuro mejor". La frase es un pelín larga pero se entiende. Todos somos humanos, todos somos hermanos. El entrecomillado que sustenta la columna es, nada menos, que del hombre del año, del Papa Francisco.

El bueno de Bergoglio recuerda que hoy, 19 de diciembre, la Iglesia Católica ?que significa global, universal, donde ya no hay judíos ni griegos, hombres o mujeres, esclavos o libres- celebra la Jornada Mundial de las Migraciones. Y van cien. Un siglo recordando al mundo este drama: "emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad; son niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones". Otra vez el Papa argentino aclarando cualquier duda sobre el asunto. El mensaje de Francisco, por si alguien lo quiere leer completo, lleva por título: "Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor". 

El salmantino Isidro Catela, director de la oficina de información de los obispos españoles, ha ideado un vídeo para la ocasión. En él se lanza un mensaje contundente jugando con las palabras. El peligro, se dice, no son los inmigrantes, el peligro son los ignorantes. Y no puedo estar más de acuerdo.

Casi tanto como cuando leo la carta del arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo, pidiendo a los gobiernos que cumplan la Declaración Universal de Derechos Humanos. Que quiten las cuchillas de las vallas fronterizas, que cierren los CIEs donde privan de libertad y criminalizan al extranjero.

Hoy apenas se dirá nada en los grandes medios sobre los 14 millones y medio de refugiados que han tenido que huir de su país para sobrevivir. Ni tampoco de los más de 28 millones de personas que malviven en campamentos provisionales dentro de sus fronteras por culpa de la violencia. Estoy convencido de que no habrá imágenes de la República Centroafricana donde estuve hace un par de años mirando cara a cara los ojos tristes y enfermos de la pobreza. Ni tampoco de Mozambique, donde regresaré en un mes si las primeras escaramuzas que han desplazado a 4.000 personas en el centro del país no nos impiden entrar.

Los inmigrantes, los desplazados, no son un ente abstracto. No existen como tal. Los refugiados, los inmigrantes, son seres humanos. Son personas como tú y como yo. Se llaman Youssef, Hamri, Yanina, Néstor, Juri y Mariana. Con ellos estamos en el trabajo, en la misma escalera, en las tiendas, en la salida del colegio mientras esperamos a los niños. Y nos parecen encantadores. Limpian en nuestras casas, cuidan a nuestros mayores, nos hacen las chapuzas del hogar y siempre tienen un trozo de barra cuando nos quedamos sin pan.

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