OPINIóN
Actualizado 17/01/2014
Ángel González Quesada

En el tráfago de noticias, seudonoticias, cifras estadísticas, previsiones, notas y declaraciones que inundan los espacios de los antiguamente llamados medios de comunicación, un suelto de una entidad privada, la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, comunica el escalofriante resultado de un estudio sociológico entre jóvenes españoles: casi la mitad de ellos aceptaría cualquier trabajo, sin importarles el lugar ni el sueldo; cerca del noventa por ciento cree probable tener que emigrar para ganarse la vida y más de las tres cuartas partes han perdido la esperanza de encontrar un trabajo adecuado.

Al final, lo consiguieron. La perfectamente orquestada campaña del liberalismo económico-dictatorial que, con la espuria excusa de superar la crisis económica por ellos mismos creada, ha reducido hasta límites vergonzosos los derechos laborales, las condiciones de trabajo y los salarios, ha cristalizado también en algo mucho más inquietante: este formidable cambio en el modo de pensar de los jóvenes, precisamente, quienes estaban destinados a ser vanguardia del progreso y garantes de los avances sociales; este demoledor viraje de tanta gente en plena maduración personal hacia la cobardía y el miedo; han conseguido hundirlos, a base de necesidad, en la mediocridad de pensamiento, en la falta de valentía y arrojo, en la bovina aceptación de una realidad sucia y rastrera donde la injusticia y el abuso campan por sus respetos; han logrado convertir a la mayoría de los jóvenes en un rebaño sumiso y dócil al que, cual si fueran polluelos con el pico abierto hacia lo alto esperando la migaja, dirigen, manipulan y colonizan con la zanahoria de escasos empleos-basura, a cuya oferta los jóvenes acuden como tras una graciosa dádiva, no en limpia competencia sino, también por necesidad, en siniestra militancia sectaria hacia la subordinación y la aceptación de cualquier exigencia del patrón, cualquier condición, cualquier arbitrariedad.

No casualmente, las grandes agencias informativas, las tertulias, las columnas y los editoriales silencian, bajo la trompetería de las macroganancias de los especuladores y el dulzón aturdimiento de cuatro escándalos para marujas, el significado de estas cifras estadísticas que son el relato de la cobardía, la pusilanimidad y el miedo entre los jóvenes, algo que debería preocuparnos y, sobre todo, avergonzarnos. Entre otras aberraciones, extravíos y absurdos que hemos permitido a los mercaderes, tal vez una de las más graves haya sido el triunfo de otra clase de pobreza, tan hiriente como la física pero mucho más nociva, infecciosa y permanente: la abyección moral que significa el hundimiento en el servilismo mental y la sumisión física de varias generaciones.

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