OPINIóN
Actualizado 14/01/2014
José Amador Martín

La Luz es la esencia de la imagen, el Universo donde se manifiesta el espíritu creativo del fotógrafo, porque la imagen surge entre la intersección de la Luz y la Mirada. La luz permite la aparición de los objetos y  la mirada fotográfica registra esta aparición momentánea, porque los objetos después vuelven a desaparecer.

Todo fotógrafo encuentra en la Luz su  momento, el instante mágico  en el que observa la aparición de los objetos y los  percibe. La fotografía, en sí, resulta de un pulso muy delicado entre la percepción y el estado de ánimo. Después de ese instante, desaparece la luz y también la propia percepción y la mirada vuelve a coincidir con el silencio. La desaparición de la Luz  con  el que se hizo la toma fotográfica hace que ese  instante se encuentre encapsulado en el tiempo. Hemos de asumir que imagen y el propio autor están en la fotografía en asociación simbiótica ya que no existiría uno sin el otro.


Estamos rodeados por un universo visual que nos abraza y nos protege. La realidad encuentra un medio para perpetuarse en una imagen. Las imágenes nos muestran lo que es el momento fotográfico, la propia realidad que se hace realidad fantástica. La imagen se apodera de la corporeidad de la realidad para ser ésta la que tiene cuerpo y palpita, la que nos sobrecoge o causa indiferencia. Y ese palpitar constante, es la pasión incontrolable del observador, en esta caso el fotógrafo, que se traduce en realidad y nos hace vivir en silencios y escuchas.

La luz nos proyecta las sombras de las cosas, las reales y las imaginarias, es, pues, la que ilumina la imagen de nosotros mismos, de nuestra propia civilización, construida a base de lo  que se aparece. Y nosotros mismos, ante esa imagen no transfigurable, nos miramos como en un espejo, descubriendo que nosotros somos los que nos transformamos, a imagen de los paisajes de nuestros sentimientos iluminados en la razón de los días.

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