Sacar pecho es siempre fácil. Anda, que no mola ir por la vida presumiendo de vivir en la muy culta, sabia, docta, muy noble, muy leal, caritativa y hospitalaria ciudad de Salamanca. ¡Toma ya! La Historia ha ido justificando cada uno de estos títulos que reyes y gobiernos concedieron a la ciudad en distintos momentos de su devenir. Y seguro que razones hubo para ello. Los de muy culta, docta y sabia son relativamente recientes, al datar de 1985, 1997 y 2007, respectivamente. Los alcaldes Málaga y Lanzarote fueron los impulsores de estas concesiones tan dadas a satisfacer el prurito de la titulitis, tan en boga durante las últimas décadas.
Con la argumentación histórica está claro que basta evocar los tiempos de gloria de la Universidad para justificar los apelativos de muy culta, docta y sabia. Sin el Alma Mater, además, hubiera sido imposible la capitalidad europea de la cultura en 2002. Pero con tanto acudir a la Historia, a veces uno piensa que en esto de la cultura llevamos demasiado tiempo viviendo de las rentas que dejó la institución que hace muchos siglos pasó por ser una de las cuatro lumbreras del orbe. Está bien lo de la cultura y la Universidad, pero ya va siendo hora de asumir que para ser de verdad ciudad culta, sabia y docta, tienen que demostrarlo sus gentes. Y si no es posible, porque tampoco vamos a pedir peras al olmo, al menos alguien debería velar para evitar los detalles que desdicen la cacareada secuencia de títulos vinculados al saber.
Por poner un ejemplo al alcance de todos podríamos referirnos a las incontables agresiones que infligen a la ortografía todo tipo de instituciones, comenzando por el Ayuntamiento y continuando por los comerciantes y demás dispensadores de servicios, sin excluir ningún sector. Para constatarlo es suficiente dar un paseo por las calles de la ciudad, centro y periferia, y fijarse en rótulos, carteles, inscripciones o indicadores. Da lo mismo. Las faltas de ortografía están presentes en todo lugar, especialmente las que se refieren a la omisión o utilización indebida del acento gráfico o tilde.
Para ser justos hemos de decir que, en esto de mala ortografía urbana, Salamanca no difiere de las demás. El problema es general y no solo por causa del acceso progresivo al mercado laboral de las víctimas de la ESO. Con la ortografía sucede como con casi todo, que da igual. Da igual hacer bien o mal las cosas, hasta el punto que lo excepcional ahora es encontrar un buen profesional, del ramo que sea. Constantemente descubrimos camareros incapaces de servir, maestros que van con el canuto a clase, soldados que rechazan ir al frente, curas que ignoran el Astete? y rotulistas que no saben escribir ni consultar el diccionario.
Este artículo va ilustrado con unas fotografías tomadas al azar a lo largo de una tarde. No es un estudio riguroso ni se han buscado los ejemplos más graves o escandalosos, que por fuerza los habrá. Se trata tan solo de ofrecer unas cuantas referencias indicadoras del nivel cultural de los salmantinos que realizan el encargo y de los rotulistas que lo ejecutan. A los visitantes ilustrados, que serán los menos, les escandalizará encontrarse con tantas faltas en una ciudad que presume de culta, docta y sabia. El Ayuntamiento, que incordia tanto con las tasas y licencias, tamaños y características del rótulo, debería exigir también la corrección ortográfica y tratar, en la medida de lo posible, de corregir lo más grave. Pero tendría que comenzar predicando con el ejemplo, negándose a aceptar los encargos que le entreguen con faltas hasta que lleguen escritos correctamente. Aunque casi mejor no dar ideas, porque con el dinero de todos igual se pagan favores encargando y pagando varias veces el mismo cartel al amiguete de turno, que no sería la primera vez.