OPINIóN
Actualizado 06/01/2014
Cipriano Pablos

Hace algún tiempo tuve la ocasión de hablar con un ciudadano chino sobre alguna costumbre de su país que me llamaba especialmente la atención. La cuestión era cuándo celebraban los chinos su primer cumpleaños. Me explicó que no era una costumbre generalizada, sino circunscrita a una determinada comunidad china (de muchos millones), no cristiana y no católica, por tanto. La respuesta fue que lo celebran al cumplir el tercer mes desde la fecha del nacimiento. Es fácil deducir que para esta comunidad cuentan como tiempo de vida los nueve meses de embarazo.

Estamos inmersos, otra vez, en una nueva y encarnizada polémica sobre la ley del aborto. A mí particularmente me resulta difícil entender la postura de quienes se llaman progresistas y defienden el aborto como una opción de libertad personal y que debe ser financiado por el Estado. Como ocurre con frecuencia, estamos ante el dilema de saber y entender qué es realmente la libertad. Para los progresistas hacer lo que les conviene en cada momento y ocasión, sin tener en cuenta que su proceder pueda llevar aparejada la inculcación de algún derecho, en este caso del no nacido, pero vivo, indefenso y con derechos.

Si del aborto pretenden hacer solamente una cuestión médica, podían haber empezado, cuando hicieron la ley que ahora se quiere cambiar, por encargarla al Ministro de Sanidad y no al de Justicia. Si metemos a la Justicia por medio, es que algo chirría.

La sociedad hoy tiene información y medios suficientes para informarse quien no lo esté sobre estas cuestiones. Los embarazos no deseados (hago excepción de la violación) pueden evitarse, porque los medios existen y son asequibles para todos. Llamar derecho al aborto, pasando por alto el derecho a la vida de un inocente, que no decidió vivir, pero que no se le puede negar ese derecho, una vez concebido, me parece que es un falso progresismo y un acto de egoísmo imperdonable. Si somos humanos y racionales, ¿por qué no entender como más progresista responsabilizarse de los propios actos y sus consecuencias, que ir a lo que nos interesa, aún pisoteando derechos ajenos?

Derechos y libertades para todos, sí, pero sin que el uso y ejercicio de estos supongan negárselos a otros y, sobre todo, si son inocentes e indefensos.

 
 
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