OPINIóN
Actualizado 04/01/2014
Aniano Gago

Se decía en latín y se traduce  en castellano: "quod natura non dat Salmantica non praestat", o sea, lo que en versión libre viene a decir que la afamada Universidad de Salamanca no puede darle a nadie lo que le negó la naturaleza. Ni el estudio, ni la memoria, ni la inteligencia pueden suplir aquellos dones que sólo vienen concedidos al nacer, ajenos a los  libros, los apuntes o los manuales oficiales. Un servidor, por ejemplo, quiso ser músico, al menos saber tocar la guitarra (para animar las reuniones de los amigos), pero fui incapaz. Ni clave de sol, ni clave de fa, ni con ninguna clave pude. El Padre Frank, un alemán que tenía dentro a Beethoven, Bach, Wagner y a todos los grandes de la música, se rindió ante mí en el Colegio de frailes de Zamora donde yo estudié Bachillerato. En todo el Verbo Divino no se había encontrado con un inútil para la música como yo. Me quedó de aquella época el esfuerzo de intentarlo. Nada más.

Traigo a colación mi ejemplo (negativo) como muestra clara de un hecho común a muchos. La naturaleza es caprichosa y de la misma forma que a mí me hizo también incapaz para las matemáticas (muy unidas por lo visto a la música), ha hecho que mi sobrina, Silvia Gago, sea Doctora en  Ciencias Exactas, lo cual me hace pensar que se llevó de la naturaleza lo que la misma naturaleza a mi me birló.

Esta demostración viene a constatar que no nos queda más remedio a los humanos que buscar nuestras propias actitudes con la eficacia que proporciona la aptitud, buscando siempre el camino más adecuado a nuestras condiciones. Bien en la Universidad de Salamanca, bien en la Conchinchina, siempre habrá un sitio para nosotros. Ya sabemos que este mundo es una selva, y que nos estamos complicando las cosas aún más porque huimos de lo sencillo para meternos en la oscuridad de lo complejo.

Pero con graves problemas para nosotros: ahora Salamanca, su histórica y prestigiosa Universidad, ya no es lo que era. Ya esa frase que encabeza este artículo ya no tiene aquí su sentido; lo ha perdido porque no es una Universidad competitiva, como no lo es ninguna de Castilla y León. ¿Por qué ni la de Salamanca, Valladolid, León o Burgos están incluidas en el ranking de las 200 primeras en el mundo? Un rector de ellas lo ha dicho: "con nuestros presupuestos no podemos competir; sólo podemos hacer lo que hacemos". O sea, asumen la derrota, saben, además, que el prestigio ya no es suficiente. Hoy el talento necesita proyección más allá de las aulas y el curriculum docente; hoy en el mundo hay otras dimensiones y la costumbre se ha convertido más en una rémora que en un apoyo. Como dicen los gurús: "hoy no se puede pescar con anzuelo, hay que pescar en red". O sea, merluzas de peor calidad, menos frescas, pero muchas más.

La imprenta cambió el mundo, allá en la Edad Media; todo se revolucionó. Hoy, en los últimos veinte años, ese mismo mundo está dando más vueltas que una peonza cada día. Nos sobrepasa la tecnología, que desborda a sus propios inventores. Google es el profesor total, a la vez que un Gran Hermano postmoderno, mucho más allá de lo pensado por George Orwell. Todos vivimos sobrecogidos, eclipsados, anulados. Ni la Universidad de Salamanca, tan famosa, tan bien tratada por la Naturaleza a lo largo de siglos, es capaz de darse cuentade su propia nimiedad. Lo inmediato lo barre todo: el pensamiento filosófico y esa claridad que viene del cielo, que diría el fallecido poeta zamorano Claudio Rodríguez.

Pero debemos insistir. La globalización no es la panacea. En Internet no está el bálsamo de Fierabrás del Caballero de la Triste Figura. El pensamiento puede ser más rápido, pero eso no significa que sea el mejor posible. Necesitamos centrarnos, resituar los desafíos en un tiempo cambiante que no debe destrozar el cerebro humano. El "Homo Decissor", como algunos lo llaman. Hoy en día en un mes se tambalean todos los parámetros, de ahí que las empresas deban replantear sus estrategias a la velocidad de la luz si quieren sobrevivir al futuro. Con el añadido de la competencia feroz porque los conocimientos llegan al mismo tiempo a Sebastopol, a Salamanca, a Tokio o a Barcelona.

Hoy el mundo, nos guste o no, es físico y on-line, es real y virtual, es individual y colectivo. Es próximo y lejano, es negro y en colores, es barato y es caro, es sencillo y es complicado; es, a pesar de todo, como siempre. Porque, en el fondo, la vida desde Atapuerca, desde antes, desde siempre, ha sido compleja y evolutiva. Pero lo que no podrá cambiar nunca Google ni Internet es el corazón de la gente. Y sus valores: el cariño, la amistad, la emoción, la solidaridad, la alegría o el amor. Afortunadamente.

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