Probablemente ninguna persona de las que en los años cincuenta del siglo pasado sufrieron durante la dictadura franquista la discriminación, la pobreza, el forzado sometimiento a los dogmas religiosos, la arbitrariedad o el miedo, apoyen hoy las imposiciones gubernamentales dirigidas a recuperar los modos de cierta manera de vivir de aquel tiempo. Podrá intentar explicarse, y así se hace, que ciertas decisiones del Consejo de Ministros y de la mayoría parlamentaria actuales, responden a sumisiones e intereses económicos o religiosos; y también; pero parece mucho más probable que en las raquíticas mentalidades de los gobernantes actuales y los parlamentarios que los apoyan, todos de escasas ?y harto demostradas- capacidades intelectivas, exista una para ellos insoportable nostalgia por una época que debieron considerar una maravilla ?para ellos lo fue-, tanto los que la vivieron, que ya peinan canas, como los vástagos y delfines pudientes que han crecido en su cálida imitación. La indiscutible e impuesta autoridad del prócer y del padre, del párroco, del comandante, del maestro o del cacique, la preponderancia social de los pudientes y su diferenciación radical de los desfavorecidos, el servilismo ?también impuesto- de las clases humildes ante los señoritos, la incontestabilidad de los curas, de la iglesia, del ejército y de cualquier uniforme, la obligatoriedad general de adorar a sus dioses y santificar sus fiestas, el patrioterismo, la represión ejemplarizante para 'apacentar los rebaños', las escalillas y las castas cerradas a cal y canto, los valores indiscutibles y los principios fundamentales, la notoriedad en la diferencia de clases y las infranqueables barreras para mezclarlas, los privilegios, los derechos preferentes, la cultura elitista y la carestía de la formación, el machismo y el desprecio escritos en las leyes, el amedrentamiento y la amenaza, algún derecho como concesión graciosa y favor al populacho, la falsa magnanimidad, el autoritarismo y el ninguneo? y la vergüenza de todos por saberlo. Podría seguir elaborándose una casi interminable lista de 'principios' que rigieron la vida en aquel tiempo y en los que este hatajo de meapilas que nos gobiernan quiere de nuevo hundirnos. Para comprobarlo basta una somera lectura de las disposiciones promulgadas o a punto de serlo sobre el aborto, el orden público, la salud ciudadana, los derechos, la educación, el trabajo o la política exterior. Todas y cada una de ellas, además de servir a intereses concretos y procurar magras plusvalías privadas, hieden a clasismo, a reaccionarismo y a autoritarismo. Y, sobre todo, huelen de lejos a incapacidad para gobernar y apestan a soberbia para mandar.