A veces uno llega a creer que no existe Salamanca, la ciudad sin fútbol. Basta hojear el diario más leído, Marca, y certificarlo. Ay, qué penita da ahora abrir la prensa local por la zona noble, "la de la cultura" según mi amigo Juancar, y quedar ayunos del referente futbolero. Y aunque esté el Guiju para alargar los dientes, como no hay más, debatimos si Cristiano si merece el Balón de Oro o Messi reaparece antes de lo previsto. El año que pasó, ha quedado claro, supone un antes y un después en nuestro devenir, con el 18 de junio como punto de inflexión. Era algo ya sabido, que quienes mandaron tras Ángel Mazas no querían a la entidad y los Pascual, Balta y Mañueco el Hermanísimo, lejos de sanar, precipitaron el final. La comentada foto del trío sepulturero pasó a la posteridad como icono gráfico de la hecatombe. Y los paños calientes, espejismos brasileños incluidos, nada solucionaron. Aquel día infausto, en la fría sala del juzgado, la Unión expiraba en el mayor de los abandonos. Con ella también desaparecía la ya cuarteada unión del antiguo unionismo. La ciudad quedó sin fútbol y dividida en bandos irreconciliables.
La situación no puede ser más descorazonadora. A día de hoy la fractura del unionismo es triple y así va a ser imposible remontar el vuelo a corto plazo. De los tres equipos que aspiran a heredar el legado moral albinegro, solo uno compite, pero apenas tiene adeptos, otro existe sin competir y el tercero, que no existe, asegura que será el mejor.
El Salmantino se escindió de la SAD, con sombras en el procedimiento, para ser filial del equipo que iba a fundar Hidalgo sobre los despojos de la Unión. Con dudas, pleitos y retrasos, al final ha podido competir de muy mala manera, rayando el esperpento en casi todo. Qué mal fario debe dar, qué poca confianza en quienes dirigen, qué poquito de todo tiene que haber en este Salmantino bis para que, siendo el único equipo de la ciudad por encima de las divisiones regionales, prácticamente nadie crea en él. Los gestores, viejos conocidos por su diligencia en acelerar el óbito de la Unión, no han sabido siquiera explotar el carácter emotivo de la presunta filialidad. Y así, sin ideas ni recursos, el recorrido se le augura más bien corto.
Están, por otro lado, los Unionistas de Salamanca, organizados como club deportivo a la espera de competir la próxima temporada, partiendo de cero, en la categoría provincial. A favor tienen la legalidad en los procedimientos, capacidad organizativa y un número destacado de apoyos. En contra la imagen negativa de los grupos juveniles más fanáticos. Me asegura Carlos, buen amigo, metido hasta las cachas en el proyecto fundador, que los de las bufandas ya no están. Sin embargo, aquella imagen de mayo ocultando rostros, tan fuera de lugar, es un estigma que tardará tiempo en desaparecer, lo mismo que la visceralidad que muchos continúan mostrando hacia cualquier otra opción que no sea la suya. Ellos no son los únicos que querían a la Unión, ni tampoco los que más años apoyaron.
Y está, por último, el equipo de Pepe Hidalgo, que pudo ser y no fue, aunque él dice que será, pero lo cierto es que no existe y, aunque haya comprado la plaza, no se tiene la seguridad de que vaya existir. Iba a ser la vía pragmática, con un equipo competitivo que volviese por ensalmo a la plata para aspirar al máximo. Todo estaba atado, aseguraban, pero a la hora de la verdad solo humo y el equipo nº 20 desapareció sin haber aparecido. De conseguir la plaza para la próxima temporada el camino no va a ser fácil. Las promesas incumplidas, el ridículo del verano con el equipo fantasma, la desafortunada aparición como apoderado de Alfonso del Arco, oficiante del sepelio por la finada Unión, son factores que lastran en demasía el "proyecto ilusionante". Algún apoyo queda, pero las ilusiones se enfriaron y la credibilidad quedó resentida.
Ante este panorama de la nada y la insignificancia, de la división en bandos que va en los genes, del lamento estéril, porque en el fútbol y en casi todo cualquiera tiempo pasado fue mejor, ante esta situación de orfandad e indigencia futbolera solo nos queda entonar el réquiem por la Unión, guardar el luto, y pedir al unionismo que aparque el cainismo y se una. Con dos o tres equipos nunca seremos nada. Con uno costará, pero quién sabe, que si las cosas se hacen bien, en diez o quince años? por soñar que no quede.