OPINIóN
Actualizado 29/12/2013
Antonio Matilla

1968: año mágico, juventud divino tesoro. No pude atravesar la frontera con Francia porque todavía coleaba Mayo del 68. Unos meses antes, el 1 de enero, el papa Pablo VI había convocado la 1ª Jornada Mundial de la Paz, apelando a la conciencia de los católicos y de todas las personas de buena voluntad. Cuarenta y siete años después el papa Francisco continúa la tradición y la profundiza. No es un Papa rompedor, por más que lo parezca, aunque el ir a lo esencial, que es lo que predica, sea ya de por sí revolucionario. 'La fraternidad, fundamento y camino para la paz', reza el lema.

Ando yo un poco 'mosca' con esto de la fraternidad, que es una palabra eminentemente cristiana pero un tanto agrietada. La Ilustración la degradó, reservándola para la nueva élite, gracias a Dios democrática: los ciudadanos. Los nacionalismos (con z o sin ella) crearon un anillo fraternal asentado en el odio al diferente. El socialismo real hizo encallar la fraternidad en la ideología, la burocracia, el nepotismo. En el siglo XIX Feuerbach la hizo habitar en 'la Humanidad', sustituto de un Dios que era mero fruto de nuestra imaginación calenturienta. Y como el que ignora su historia está condenado a repetirla, ahora tenemos a la New Age, que es como una Al-Qaida de la espiritualidad, porque los múltiples movimientos, religiones y espiritualidades que la componen son autónomas entre sí, pero interconectados hasta formar una red de fraternidad de los iniciados, los que tienen la suerte de haber sido elegidos para pertenecer a la secta de los iluminados. Incluso en el movimiento scout y otros movimientos juveniles hace fortuna la espiritualidad de la 'fraternidad universal', concepto que han debido copiar de Kant, pero aligerándolo de su enjundia intelectual y moral. Sea como fuere, es lo cierto que muchos jóvenes intentan vivirlo, aunque desprovisto de toda referencia trascendente.

La fraternidad que propone Papa Francisco se distingue de la anterior de dos maneras: la una porque se ancla en la Paternidad de Dios. Dios es un Padre que no impone sino que propone que aceptemos ser hijos suyos y nos esforcemos por tanto en vivir la fraternidad al estilo de Cristo. Cristo es hermano de cada uno-una de nosotros ¿hemos de comportarnos, entonces, como 'caínes'? La otra es 'el desprendimiento de quien elige vivir estilos de vida sobrios y esenciales, de quien, compartiendo las propias riquezas, consigue así experimentar la comunión fraterna con los otros'. Ocho páginas para meditar en el umbral del nuevo año, que será feliz si fraternal.

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