OPINIóN
Actualizado 23/12/2013
Javier González Alonso

En su último libro, "La venganza de la Geografía. Cómo los mapas condicionan el destino de las naciones" [http://bit.ly/19AEech], el analista e historiador Robert D. Kaplan expone la tesis de que, en el futuro, por encima de cualquier condicionante que la globalización imponga, serán el contexto geográfico y las realidades naturales de los imperios y las naciones los que sean determinantes en los conflictos internacionales, como siempre lo han sido. Es decir, serán la distribución del espacio, el clima y otras circunstancias físicas lo que definirán el devenir de las diferentes regiones mundiales, por lo menos durante un par de siglos.

Que la Geografía impone su ley no es algo que se descubra ahora, pero sí lo es su resurgir. Tras la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, la ciencia de la Geografía comenzó a ser despreciada "cuando cegados por el idealismo rampante se perdió de vista la consistencia de los obstáculos geográficos", lo que provocó una percepción sesgada de la realidad, favorecida, a su vez, por la globalización. Las únicas fronteras válidas eran las establecidas por el hombre? siempre que no estuviera el hombre. El ejemplo más reciente en Europa se presentó en los Balcanes, con sus fronteras impuestas.

"Una frontera establecida por el hombre que no se corresponda con una frontera natural es especialmente vulnerable", se afirma en el libro y, muy a mi pesar, estoy totalmente de acuerdo. Muy a mi pesar porque no creo en los nacionalismos; no creo que, el hecho de ser parido en este o aquel trozo de tierra, a un lado u otro de un río, me confieran determinadas características especiales frente a cualquier otra persona que lo haya hecho en la otra orilla. Claro que el nacionalismo no es algo que se pueda entender; no es algo racional a lo que se llegue por la lógica, sino algo totalmente emocional, irracional, como la fe religiosa: o crees o no.

Oigo, o leo, que andan nuestros políticos preocupados por un posible referéndum de autodeterminación en Catalunya, y yo me pregunto ¿esto es más importante que el hambre que sufre un veinticinco por ciento de la ciudadanía? Podría seguir preguntando sobre la corrupción, el desmantelamiento de los servicios públicos, o cualquier otro asunto de los que personalmente considero serios, pero quiero incidir en el tema del hambre. Un refrán, sabiamente, nos recuerda que "uno es de donde pace, no de donde nace", ergo la población de este país se ve disminuida en un cuarto: los ciudadanos que no llegan al umbral de la pobreza. Se podría convocar un referéndum sobre la conveniencia de introducir un artículo obligándonos a la abolición del hambre, pase lo que pase, y pese a quien pese.

Vimos, hace pocos días, el funeral por el fallecimiento de Nelson Mandela, uno de los grandes iconos del siglo XX. El mismo a quien todos los líderes, por llamarlos de alguna manera, han glosado estos días y que, por lo visto, sólo querían hacerse la foto en su funeral, junto al resto de mandatarios. Quizá deberían aprender a leer, no solo a juntar letras, para mantener vivo el recuerdo de alguien que, no lo olvidemos, fue un revolucionario, alguien que lucho por la igualdad: por la igualdad de blancos y negros, de ricos y pobres, de hombres y mujeres. Fue él quien dijo "una nación no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada"; son los demás los que no hacen ni caso.

¡Ande, ande, ande, María, la morena; ande, ande, ande, felices vacaciones del solsticio de invierno! Se consideren ustedes catalans, euskaldunes, llioneses, astures, castúos, galegos, guanches, o de cualquier otra nación, pueblo, raza, cultura o similar, no cuenten conmigo para sus delirios territoriales? pero cuenten conmigo como un igual: como ser humano.

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