Nochebuena de 1.914, Primera Guerra Mundial. En los gélidos campos de batalla de Ypres (Bélgica) se produce un hecho insólito: los soldados alemanes comienzan a cantar villancicos, van poniendo pequeños abetos iluminados y ante la sorpresa de los soldados aliados (ingleses y franceses) con quienes horas antes han estado a tiro limpio, comienzan a aproximarse sin hacer uso de las armas. El espíritu navideño se contagia y terminan compartiendo alimentos, tabaco y cánticos, a la vez que dan sepultura a los compañeros muertos en el reciente combate y curando a los heridos. El hermanamiento termina en partido de fútbol y extendiéndose a otros frentes próximos. Este hecho ha quedado para la historia marcando un hito, instituyendo, de alguna manera, la tregua en los conflicto durante la Navidad.
Este es el espíritu de la Navidad, aunque para algunos les caigan estos días como una losa. Pero dejemos la crítica para otro día.
Sería bonito que ese espíritu reinara todo el año, que fuéramos capaces de solucionar las diferencias de todo tipo sin violencia, con la fuerza de la razón y no de las armas.
Demos una tregua (perpetua a ser posible) a la violencia, al egoísmo, al hambre, a la pobreza, a la corrupción, a tantos problemas que nos generamos los propios seres humanos porque no somos generosos. Si algún día entendiéramos lo que conlleva el compromiso de la generosidad, este mundo nuestro se conduciría por otros derroteros. Y todos seríamos más felices, por ser más humanos.
¡FELIZ NAVIDAD PARA TODOS!