No sé si es la costumbre, no creo que sólo, de vivir creciendo entre ellas. La sensación de que siempre estuvieron allí para puntualizar los paseos de nuestras vidas, los momentos cruciales de cada edad, la cuestión es que las esculturas deAgustín Casillas, se han incorporado al alma de mi ciudad serenamente como la música callada de Juan de la Cruz o Mompou, y se nos han hecho cotidianas con esa pasmosa sencillez que solo un maestro las sabe dar.
Del Niño del avión del Paseo de Carmelitas al Príncipe Juan que hoy mira a Monterrey hay un largo recorrido pero una sola forma de sentir. Yo dudo que Casillas pueda hacer una buena escultura de algo que no ha vivido o sentido, porque su arte parece una modelación del arraigo, una depuración en busca de la verdad que siempre encuentra en las gentes que dieron carácter a esta tierra, con su trabajo, su humildad y llaneza.
La escultura de Casillas, ahora que se llama escultura a cualquier cosa que habita un espacio, es una escultura de forma, de materia y volumen, esa que se dibuja con la luz, que aquí se sintetiza, lejos de la imitación realista, en busca de la expresión del artista y la comprensión del modelo. Cuando alude a estos personajes, cercanos, cotidianos y entrañables, a esos artesanos, o juglares o labriegos, o a esos otros que tocaron su alma con su prosa o su poesía, tiene el poder de universalizarlos como arquetipos. Así que viendo un labrador de Casillas, un cantero, un emigrante o un tamborilero se van viendo a todos. Creo que por esa facilidad de perfilar lo más universal, sin particularidades excesivas, su escultura siempre ha sido idónea para el monumento. Por eso y porque sus volúmenes casi siempre compactos se acercan a la monumentalidad de roca modelada con naturalidad por la intemperie, sus formas al trazo limpio que hace resbalar la luz y su meta acercarnos con sentimiento a la obra bien hecha sin concesión ni rebaja a su noble oficio de escultor.
Su pasión, el trabajo constante que profundiza en su oficio y su personalidad honesta e insobornable, ha cuajado en un estilo inconfundible, posiblemente el que mejor ha descrito al alma castellana, como el de un Caneja en pintura o un Machado en poesía. Una obra que no ha necesitado el ruido ajeno y un hombre que en la intimidad del estudio, en busca de la culminación de cada pieza ha acabado por modelarse a sí mismo, sinceramente, a un gran escultor.
A mi madre. (1974) Hormigón labrado 165x45x40 cm
Las esculturas de Agustín Casillas se modelan habitualmente en barro, son caricias a la tierra, de solidaridad con los hombres y mujeres jornaleros, de amor a las ensoñaciones conforma de mujer, de náyades y ondinas que pueblan su mundo interior. Estas parecen aladas de viento, estilizadas hasta el vuelo. Parece mentira que el hormigón se desarme de dureza hacia tacto tan suave, que la maestría haga blanda la piedra a golpe de sentimiento.
Esta mujer erguida que oculta su rostro con misterioso dolor, como poblando un eco o un vacio quizás de ya no ser más que nostalgia o tal vez el canto funeral de una memoria presente y presentida. (Que es decir viva en el tiempo)
Está tratada con delicadeza, con detenimiento, puliendo ángulos, dilatando recuerdos. No imagino mayor intimidad ni mayor silencio, así que yo también he de callar con mi mayor respeto.
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Cuando se funde a la cera perdida, la colada ocupa lo que la cera modeló antesdel horneado, ese hueco que ocupa el bronce como rio de lava, yo lo veo semejante a un trazo. También la escultura de Venancio Blanco la siento como el dibujo de la materia misma, se aprecia su pulso, la delineación precisa de una idea, ese dejar respirar que el dibujante encuentra entre el rigor y el juego. La suya es una escultura que incorpora el hueco, el vacio para que se bata con denso, para que circule el aire, como en "El Espinario " helenístico o para que anide la luz como en los alabastros de Chillida.
Su escultura bebe de Julio Rodríguez, de Gargallo, de una escultura contemporánea a la que su calidad ya la ha hecho clásica. Ha nacido entreencinas pero ha crecido y madurado mirando de frente a la Roma eterna en tantos años que dirigió la prestigiosa academia Española de Roma, así es como sus caballos que partieron de las ganaderías de bravo, recogen tantas veces la prestancia del Capitolino romano de Marco Aurelio. Así es como se acerca a las texturas y pátinas que los siglos inventaron.
Reconozco en Venancio una labor de orfebrería cuando acomete pequeños formatos. Es por el tratamiento de superficie como piel, por el goteo de la cera que ocupa el bronce, por esos acabados que buscan los matices preciosos del deterioro, sin rehuir limaduras, efectos de descascarillado, de pérdidas de policromías y pátinas. Creo que allí donde nada escapa de su mano, donde la idea culmina al amor de su cuidado sin sobresaltos. Cuando se hacen monumentos, estas labores ya no son necesarias, son otras como si de otras cualidades y bellezas habláramos.
Los temas son amplios pero hay dos que destaco. El taurino y el religioso, para mi tan ligados que a veces confundo sus pasiones, la pasión del crucificado y la del toro, después de sus liturgias acabadas en el estertor de lo que parece grito consumado, muerte el Toro, lanceado, asaetado, atravesado y muere el Cristo, azotado, enclavado igual sacrificado. No se necesitan más alegorías, Venancio Blanco es fundamentalmente autor figurativo porque se acerca a las verdades que dibujan su vida y de eso sabe, y las perfila, y las concreta.
Suerte de varas (1969) Bronce fundido a la cera perdida 30x25x25 cm
Si traigo esta diminuta pieza, recomprada a los herederos de Anthony Quinn por el artista, es por ser pionera en la realización de esculturas con planchas de cera en este autor, y porque inicia y señala un camino que marcará su estilo. Siempre pasa que el inicio contiene una fuerza que perdura sobre todos las perfecciones y refinamientos posteriores. Esa fuerza del descubrimiento de un mundo nuevode expresión que suele hacer de lo original lo más importante aunque estuviere cargado de posibles imperfecciones. Esta pieza por tanto, aparte de preciosa, es genuina. Pocas son las planchas de cera que se usaron, el caballo levantado por el ímpetu del toro en solo una, suficiente para expresar su aterrado desconcierto. El picador derribado, el toro dueño, todo es expresión, la acometida del toro apoyando la bravura en sus riñones, el caballo y jinete, Clavileño y Quijote derribados de sus sueños por el viento. Una escultura redonda (también estereoscópica en su visión), donde todo es tensión entre sus partes. Dibujo picassiano, casi un Guernica de la tauromaquia, ese momento que los ojos del autor grabaron como trágicos, y como bellos, dos conceptos que juntos nos acercan a lo sublime. No me extraña que el autor guardara esta pieza en su recuerdo, que agradeciera su culminación. Creo que el arte, cuando lo es, también debe sorprender al autor, porque no todo es absolutamente previsible en ese viaje de la idea a la materia, que es casi un dialogo, abierto y callado en pos de expresar la intensidad y la emoción.
Regalaros en estas fechas navideñas una visita a esta gran exposición. 4×90, en la Salina.
Feliz Navidad