En Eclesiastés 3, 2, leemos " Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol : tiempo de nacer, tiempo de vivir y tiempo de morir; tiempo de rejuvenecer y tiempo de envejecer" .
Si centramos nuestra reflexión en "el tiempo de envejecer", es fácil pensar que estamos en la última fase de la vida de una persona; vida que sólo es temporal y frecuentemente pensamos es sin esperanza, que demuestra no ser de nuestra propiedad, nosotros sólo la vivimos un tiempo, pues la vida "estaba antes, sigue y seguirá estando después de nuestra muerte". Y en éste venir llegar el ir, vivimos la vida compartiéndola socialmente con otros seres y sólo unas partes de esta, el espíritu (en sus partes psicológica, ética y moral), el pensamiento y la libertad relativa, personal e individual , permiten a cada ser interpretar y valorar la vida, "su propia vida".
A este respecto Marañón decía: "La niñez es periodo de formación y predomina la obediencia. En la juventud se vive la esperanza y rebeldía. En la madurez se realiza el trabajo y en la vejez se vive la adaptación y aceptación".
Y es en esta época del envejecer, cuando los gerontólogos actuales recordamos y aceptamos las teorías de Lain Entralgo, Rof Carballo, Von Gebsttel, Büchner , Guardini y otros, que establecen como "lo más esencial del envejecimiento es su carácter determinante sobre la realidad de la vida en una ambiente problemático social". Al que González Cardenal añade, "que éste hecho, al ser perceptible y asumible en la libertad del hombre, puede conferir una orientación y modificar la marcha del proceso mismo, del interior de la persona, de su propio "yo existencial en el momento" y el proyecto de futuro que en su esperanza tiene pensado realizar y habitualmente se ve influenciado y/o modificado por su entorno, familiar, social, laboral y económico.
De esta forma, la vida personal es crecer, hacer y merecer en un entorno familiar, social y económico que le favorece o dificulta alcanzar su proyecto de vida. En cualquiera de los casos, al llegar el envejecimiento, queda ya en la memoria de cada persona, su trayectoria, que ya es "su historia". Es, a partir de éste tiempo cuando comienza y llega al estado de vejez el deterioro en su estado mental y cognitivo, su tendencia a la inmovilidad, frecuente inestabilidad (en distintos grados), disfuncionalidad física y mental. etc. que le encuadran en el grupo de anciano frágil, y si progresan esas alteraciones, puede pasar al estado de anciano discapacitado o dependiente y hacen romper el equilibrio de persona anciana activa y sociedad. A partir de éste momento queda el presente basado en "el amor" de la familia y sociedad y concretamente de las personas que la integran hacía sus semejantes ancianos, donde generalmente está integrados los más frágiles, discapacitados o dependientes, en los que solo queda pensar en el amor y tener esperanza. Es en este momento se acepta la involución biológica del ser humano y los valores (favorables o desfavorables) del entorno y es cuando se entronca, estrechamente unidos "vejez, ética y amor" hacía el futuro, con la "máxima dignidad y esperanza de que la persona humana no puede ser ni vivir solo para la muerte". Finalizo con palabras de González Cardenal "de la vida se desprende y comprende con facilidad y necesidad, de que en el envejecer se abandona su historia, de haber hecho y haber sido, haber aportado y haber recibido" . La vejez debe considerarse el comienzo, existencia y quehacer de la vida del infinito y de lo Eterno, mirando la Luz del camino restante, que se "debe vivir en esperanza y con esperanza, de llegar a estar con gratitud y felicidad frente a Dios".