OPINIóN
Actualizado 20/12/2013
Ángel González Quesada

Si nadie lo remedia, y nadie va a remediarlo, en la noche del próximo martes, 24 de diciembre, retornaremos, una vez más, a los oscuros tiempos de las cerradas unanimidades, y todas las emisoras de radio y de televisión emitirán al tiempo la ¿tradicional? intervención navideña de Juan Carlos de Borbón. Una vez más los españoles (sí, ya sé que puede apagarse la televisión, pero el asunto es otro) serán sometidos a la seudo-homilía monárquica con que la clase dirigente viene obsequiándonos cada diciembre -en realidad, cada vez que tiene ocasión-.

El tratamiento que una institución tan absurda y anacrónica como la monarquía recibe en España por parte de la práctica totalidad de los medios de comunicación, es casi tan irritante como la molicie crítica con que es contemplada por la ciudadanía en general, a la que parece no afectarle el papel de subsidiariedad ciudadana en que la primacía de la familia real la sitúa. Pretendidamente justificada en su rango constitucional, pocas veces se ha puesto de relieve e informado adecuadamente, que la monarquía fue reinstaurada en España por el capricho de la dictadura franquista, después de haber sido ampliamente derrotada en las urnas aquel venturoso 14 de abril de 1931.

La inclusión de la monarquía como forma política del Estado español en el artículo primero de la Constitución de 1978, significó para muchos demócratas y luchadores por la libertad un auténtico mazazo y una suerte de trampa concesiva a ciertos intereses políticos y económicos, tal vez nunca sabremos si de grado o por fuerza. El texto constitucional que se votó el 6 de diciembre del 78 incluía una serie de derechos y obligaciones, de garantías para el desarrollo social en libertad y, en definitiva, todo un entramado de directrices para la construcción de un Estado democrático, pero su aprobación, el voto a su favor, significaba también, inexcusablemente, indivisiblemente, la aceptación de una barrera para la asunción de la verdadera soberanía por el pueblo español, porque incluía al tiempo y en el mismo texto la aprobación de la monarquía como forma del Estado. Había que decir Sí a todo o No a todo.

Entre las saludables prácticas periodísticas que la discrepancia y la crítica democráticas han consagrado en este país, no ocupa la monarquía lugar alguno. La bovina aceptación mediática, la ausencia total de cuestionamiento político de la institución (salvo las chanzas sensacionalistas por las minucias económicas de sus miembros), y la planicie argumentativa en que, respecto al tema, sestean los partidos políticos, hará que el 24 de diciembre recuperemos una versión de aquel "parte" que tuvimos que sufrir durante cuarenta años.

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