OPINIóN
Actualizado 19/12/2013
Marta Ferreira

Hay sensaciones que conservo como un tesoro del que no estoy dispuesta a deshacerme, una de ellas es la emoción que me suscita la llegada de la que para mí es la noche por excelencia de la familia: la Nochebuena. Sucede, eso sí, que los sentimientos que ahora despierta en mí son ligeramente distintos a los que sentía en mi infancia, pero la esencia es la misma.

Recuerdo con cierta nostalgia el puesto de panderetas que ponían cada año enfrente de mi casa y de casa de mis abuelos y cómo mi abuelo, sin resistirse nunca a concedernos ningún capricho, nos compraba a mi hermano pequeño y a mí algún objeto navideño que nos alegraba el día un poco y a él completamente. Me emociono al escribir estas líneas y se me hace casi un nudo en la garganta porque parece que fue ayer y lo siento tan real que casi me asusta, pero precisamente son todos y cada uno de esos pequeños tesoros de la memoria los que me hacen vivir esa noche con paz y alegría.

Jamás he sentido tristeza esa noche y espero mantener de por vida el propósito de que siempre sea así. Los recuerdos maravillosos de los que me han hecho ser quien soy salen con más fuerza que en ningún otro momento del año porque, a diferencia de otras fechas  importantes como cumpleaños o aniversarios, la Nochebuena suele ser la celebración más íntima de la familia.

Ahora hago cosas diferentes de las que hacía en mi infancia y se van creando nuevas tradiciones y futuros recuerdos que forman parte de mi yo de hoy y de la memoria del mañana. Sé que estaré contenta, que aprovecharé el día al máximo, que haré recados con mi padre, picotearé de lo que vayamos preparando mi madre y yo para la cena, que reencontraré por las calles y comercios a gente que hace tiempo que no veo y disfrutaré de esa magia que envuelve a un día en que por unas horas se para el mundo y olvidamos las preocupaciones cotidianas.

Ese será mi  24 de diciembre, un día para olvidar las tribulaciones diarias, esperar a los que llegan porque la vida los ha llevado lejos y tener tan presentes como si estuviesen conmigo a los que nos dejaron. Me sentaré a la mesa feliz de estar con los míos, sintiéndome privilegiada por mis inolvidables recuerdos y experimentando la misma alegría de mi niñez, porque en mi mesa y en mi corazón esa noche no hay ausencias.

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