OPINIóN
Actualizado 19/12/2013
Juan Robles

En estos días previos a la Navidad, abundan los conciertos y las comidas navideñas de empresa. Pero quiero fijarme especialmente en dos acontecimientos sobresalientes de los últimos días: La Nochevieja Universitaria salmantina y la superabundante siembra de rastrillos solidarios por toda la ciudad y algunos pueblos.

En la noche vieja salmantina creo que nos estamos pasando treinta pueblos. Aparte de lo extravagante de celebrar el fin de año quince días antes de lo que le corresponde, el despliegue de medios y propaganda y el desarrollo concreto de la celebración, con esa concurrencia de autobuses que acuden a la cita, aparecen evidentemente como un derroche de consumismo inaceptable en cualquier tiempo, pero mucho más en estos tiempos de austeridad obligada.

Por la crisis y no sólo por la crisis. Este tipo de macrobotellones está de sobra en los tiempos que corremos. Y no estaría demás que enseñáramos a nuestros jóvenes a vivir con espíritu austero, de ahorro y de compartir, en lugar de despilfarrar alocadamente. Da la impresión de que seguimos dependiendo de aquella vieja historia del "panem et circenses", pan y circo, con que los romanos entretenían el hambre y las preocupaciones de sus conciudadanos. No sólo el fútbol y la televisión tienden aborregarnos y alienarnos. Acontecimientos como éstos, tan magníficamente y con tanto bombo organizados por intereses económicos bien conocidos, no merecen otro tipo de consideración que ésta. Siga el consumo y viva la alegría. Algo bien contrario al espíritu de la Navidad.

Por lo que se refiere a los rastrillos, este año con un tan gran despliegue, tantos y tan concentrados en tan pocos días, con una especie de rivalidad y competencia, aparte de la dudosa efectividad, dan la impresión de una feria de muestras del tipo de a ver quién lo organiza mejor y quién puede presumir de haber logrado mejores resultados económicos bajo el pretexto de dudosa solidaridad. Es verdad que algún pequeño agujero se puede tapar, pero corremos el peligro de quedarnos tranquilos porque hemos organizado el rastrillo correspondiente, olvidándonos de que la solidaridad debe ir más allá de unos mínimos días en torno a la Navidad, con la sensación de haber cumplido y ya está. ¿No deberíamos plantearnos un tipo de solidaridad más permanente y efectiva, exigiendo a nuestras autoridades que se ocupen de verdad en un reparto de bienes más equitativo y justo, y un funcionamiento de la economía que no termine en el juego de la ley de la selva, donde reina el sálvese quien pueda y donde los peces gordos se siguen comiendo a los chicos? Quizá debiéramos tomar más en serio el reto de la Navidad, promoviendo una auténtica solidaridad y fraternidad universal, que no termine en lo de "siente un pobre a su mesa".

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