OPINIóN
Actualizado 19/12/2013
Pablo Pascual Villoria

Desde el inicio de la Revolución sexual se percibieron disfunciones que comenzaban a lastrar una sociedad que se creyó liberada. Los ámbitos, ya descritos en 1971, fueron:

1. El ejercicio de la sexualidad, considerado como un valor en sí mismo, un derecho de la persona con independencia de la edad o estado civil.

2. La separación sexo-procreación, dentro y fuera del matrimonio. Aceptación de la planificación familiar sin distinción ética de los distintos métodos. Multiplicación de relaciones extramatrimoniales y cohabitación.

3. La legalización del divorcio unilateral y aplicable a toda clase de matrimonios.

4. La difusión creciente de la homosexualidad y su aceptación como fenómeno natural.

5. El menoscabo a través de los media del matrimonio monógamo e indisoluble.

6. La pérdida de influencia de la institución religiosa y de su influencia moral.

Las observaciones anteriores, efectuadas por la autora J. Bury no contemplaban aún todo lo que la revolución sexual nos tenía reservado: las epidemias de aborto y de enfermedades de transmisión sexual a las que hay que hubimos de añadir en los ochenta la enfermedad mortal del sida; se fue constatando asimismo una mayor dificultad para el logro de la propia identidad sexual y para la maduración personal.
No es de extrañar que en oriente no se legalizase la anticoncepción hormonal hasta fechas cercanas. El escritor japonés F. Fukuyama mostraba su recelo: "La píldora dio lugar a un considerable aumento de hijos ilegítimos, divorcios y madres solteras, por el hecho de que liberó a los hombres de la responsabilidad social de tener que enfrentarse a las consecuencias de las relaciones sexuales. Japón y Corea del Sur destacan por no padecer las disfunciones sociales que tanto afectan a las sociedades occidentales".
Medio siglo es tiempo suficiente para reconocer que muchas transformaciones surgidas en la postmodernidad fueron un error. Si el hombre de nuestro tiempo se hace cómplice del momento presente no será capaz de identificar el problema. J. Sofran propone una "ecología sexual" en el marco de una ecología social. La sanación del hombre postmoderno pasa por abandonar el lecho de placer y recuperar su interioridad, el placer de la conversación, del logro personal y social en pro de la comunidad, únicos capaces de proveer de la autoestima que conduce al equilibrio emocional.

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