OPINIóN
Actualizado 18/12/2013
Francisco Javier Blázquez

No es fácil abordar una cuestión con tanta arista e intereses contrapuestos. Más cuando las razones argüidas por las partes aparecen suficientemente fundamentadas. Por eso me voy a limitar a opinar como un ciudadano más, como una persona que contempla con impotencia los desmanes cometidos en la ciudad y las muchas oportunidades que se van perdiendo.

El asunto es espinoso, pero para un hombre o mujer de la calle la cuestión es bastante sencilla. Teníamos un teatro emblemático en el centro de la ciudad y ahora solo queda un solar, vallado, en el que crece de manera incontrolada la vegetación y comienzan a acumularse los residuos de algún que otro botellón. La ciudad ha perdido. Más que con el derribo del depósito de la Prospe, pues al menos allí el espacio ha quedado bien urbanizado.

El caso del teatro Bretón es más complejo al ser propiedad privada. Y por eso cerrar resultó inevitable, porque el negocio era ruinoso. La última remodelación, que unificó la entrada a las distintas salas de cine y modernizó espacios, fue el canto de cisne de la empresa. No es un caso único, lamentablemente. El cine lleva años en crisis porque, entre otras razones, muchos de los que dicen defenderlo no pisan una sala. Si les interesa una película la piratean, pero luego exigen al Estado que subvencione el cine para mantener la filmografía nacional, aunque esta es otra cuestión. Por este proceso de ruina progresiva han ido pasando los cines de Salamanca. La primera crisis, por el vídeo, se llevó por delante las salas históricas: Taramona, Gran Vía, España, Coliseum? y esta segunda crisis, la de las descargas, ha hecho desaparecer empresas de nueva creación, los Ábaco, y otras más señeras en la historia reciente de la ciudad, los Salamanca y los Bretón. Cada historia es distinta, pero en el fondo está la crisis del cine.

El Teatro Bretón tuvo que cerrar en 2003 porque daba pérdidas. Durante seis años el edificio estuvo cerrado y tras varios intentos fallidos de venta, para destinarlo a otras funciones, culturales o lucrativas, al final se vendió a una constructora que decidió derribarlo y levantar una residencia. Por mucha pena que nos diese, nada se podía hacer. Las instituciones no pueden salvar todos los negocios de la ciudad, aunque hayan sido emblemáticos. El intento por declararlo BIC para obligar a su conservación no prosperó, al carecer de méritos artísticos y no mantener ningún resto del antiguo Patio de Comedias. Era, eso sí, un espacio cultural y social de enorme relevancia en la historia salmantina del siglo XX, que se mantuvo mientras funcionó y dejó de tener sentido cuando dejamos de ir al cine. Así de triste.

La cuestión del derribo, iniciada en 2009, paralizada un año y concluida en 2010, fue dolorosa, por el hecho en sí y por cómo se llevó a cabo. Es digno de elogio que las asociaciones que velan por la conservación del patrimonio hagan lo imposible por evitar estas pérdidas, pero cuando la suerte está decidida, a veces da la impresión de que con el ensañamiento opositor se causa más perjuicio que beneficio. Si el Bretón estaba ya perdido, mejor una residencia con alguna otra función, que el solar vallado y abandonado que contemplamos en la actualidad. De todas formas, el gran problema derivó del anquilosamiento y lentitud desesperante de la justicia. La justicia, tan merecidamente denostada en los últimos tiempos, se colgó otra medalla de chocolate al parar el derribo cuando ya el edificio era irrecuperable. Si se ha de paralizar algo se ordena antes de comenzar, porque una vez iniciado el derribo ya no hay vuelta atrás. Y a partir de ahí, insistir y consentir, tirar y aflojar, son ganas de incordiar. Y al final, pues eso, que con tanta paralización y tanto pleito, el resultado es el consabido. Ni una cosa ni la otra.

 

 

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