OPINIóN
Actualizado 17/12/2013
Alberto López

En apariencia el árbol de Navidad se ve como un símbolo más pagano que el tradicional nacimiento, pero ni el belén ha estado siempre ahí para celebrar la Navidad ni el árbol ha sido importado de Estados Unidos?
El tradicional nacimiento se remonta a la Navidad de 1223, cuando a San Francisco de Asís se le ocurrió reproducir en vivo el texto del evangelista San Lucas mientras predicaba por la campiña de Rieti, en el centro de Italia. De esta forma, con una casa de paja, un pesebre en su interior, un buey y una mula de los campesinos del lugar y un grupo de ellos para representar la adoración de los pastores instituyó una costumbre que se propagó por toda Europa, más tarde a América y que llega hasta nuestros días como una expresión artística consolidada.

El árbol, por su parte, siempre ha tenido connotaciones mágicas y religiosas desde los pueblos primitivos, que introducían en sus casas plantas de hoja perenne. Los griegos, los romanos, los celtas y los escandinavos adornaban sus casas con hiedra, muérdago, pino, acebo, laurel o abeto porque les atribuían también poderes medicinales.

Hay conocimiento de árboles adornados y adorados por druidas en Centroeuropa, ya que celebraban el cumpleaños de Frey (dios del Sol y de la fertilidad) en fechas cercanas a la Navidad cristiana. El árbol tenía el nombre de Divino Idrasil (árbol del Universo). Cuando se evangelizó el centro y el norte de Europa los cristianos de esos pueblos tomaron el símbolo del árbol para celebrar el Nacimiento de Jesús y llenaron de contenido cristiano su significado pagano.

Una historia popular alemana afirma que el árbol de Navidad se remonta al siglo VIII. Cuenta que San Bonifacio (675-754), un obispo inglés, se marchó a la actual Alemania a predicar la fe cristiana. Después de un tiempo viajó a Roma para entrevistarse con el Papa Gregorio II y a su vuelta comprobó cómo los fieles habían vuelto a su antigua idolatría pagana, celebrando el solsticio de invierno con el sacrificio de un joven en el sagrado roble del dios Odín.

Enfadado, el obispo cogió el hacha y cortó el roble sagrado y, cuenta la tradición, con el primer golpe una ráfaga de viento derribó el árbol. El pueblo, amedrentado, vio la mano de Dios en ese suceso y le preguntó que cómo debían celebrar la Navidad. San Bonifacio se fijó en un pequeño abeto que milagrosamente había permanecido intacto junto al árbol caído y lo adornó con manzanas (que simbolizan las tentaciones) y velas (la luz que viene a iluminar el mundo), viendo en él el amor perenne de Dios. Les invitó a todos a llevarlo a su casa, como estaban acostumbrados a hacer con este tipo de árboles y plantas y les explicó su significado: por permanecer verde simboliza la inmortalidad y la paz y con su cima apuntando al cielo indica, además, la morada de Dios.

Montar el belén y adornar el árbol son, por tanto, dos elementos navideños y dos gestos que nos pueden situar más cerca del verdadero sentido de la Navidad y alejarnos de la superficialidad consumista que nos hemos fabricado. Disfrutemos de ambos.

 

 

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