OPINIóN
Actualizado 15/12/2013
Antonio Matilla

Los scouts católicos nos hemos reunido en Toledo, en el Colegio de Santa María de los Infantes, durante el pasado acueducto de la Constitución y la Inmaculada. Movimiento de tiempo libre como somos, hemos aprovechado 72 horas para no dormir apenas y poner al día las líneas estratégicas del Movimiento Scout Católico (en adelante MSC), el Proyecto Educativo, nuestro lugar en la Iglesia como valiosa herramienta de evangelización y nuestro compromiso de transformar la sociedad por medio de la educación no formal que es fruto de la aplicación del método scout de educación.

Por primera vez en más de cincuenta años desde nuestra fundación, hemos trabajado en común dirigentes de la asociación, responsables ?así llamamos nosotros a los monitores-, delegados de los padres y madres, consiliarios y representantes de las parroquias y colegios de la Iglesia que nos acogen, representantes de los propios jóvenes de lo que llamamos "ramas mayores", Pioneros y Ruta, educandos de dieciséis a veintipocos años.

Los que no tenemos asesores gubernamentales o autonómicos que nos informen, ni fundaciones bancarias que nos hagan un análisis de la realidad por encargo, hemos de apañárnoslas con lo que tenemos a mano. Todo está relacionado hoy en día, por más que algunos se empeñen en sectorizar, parcializar e individualizar, de modo que cada conciencia, individual o colectiva, es una 'mónada' con su propia singularidad pero que, de alguna manera contiene en si todo el Universo. O sea, que la evaluación de nuestro entorno más cercano nos da información de la salud o la enfermedad ?casi siempre entremezcladas- de toda la sociedad, también de la Iglesia en nuestro caso, y del mundo todo.

Haciendo un resumen muy resumido se podría decir que en los años sesenta esta mónada del MSC era semiclandestina, asamblearia y presidencialista, utópica por el desasosiego pre democrático, optimista y esperanzada como consecuencia de la revolución cultural, cultual, antropológica y teológica que supuso el Concilio Vaticano II. El aislamiento forzoso a que nos sometía El Régimen se convirtió, por reacción, en apertura a todas las fuerzas humanas, políticas y sociales que pudieran aportar algo para alcanzar la libertad y la democracia.

Cuando se instauró y empezó a funcionar el llamado estado de las Autonomías, el MSC, como casi toda nuestra sociedad, se dejó seducir por el amor a la singularidad, a la diferencia, a lo local, a la nacionalidad propia, todo ello bien engrasado por generosas subvenciones de quien buscaba, más o menos, unas nuevas Juventudes para su partido, su autonomía, su nación, su terruño. Con este panorama localista y nacionalista la participación democrática se pervirtió dentro del MSC y quedó reducida a la elección de los representantes supremos, de modo que quince personas, democráticamente elegidas, decidían por más de treinta mil, que no tenían posibilidad alguna de participación directa en la vida del movimiento. Ni los propios jóvenes, ni los monitores, ni los padres, ni los consiliarios (¡en un movimiento católico!) podían decidir nada sobre los asuntos importantes del movimiento porque una estructura muy federal, federación de federaciones, decidía por ellos y para ellos sin contar, de hecho ni de derecho, con ellos.

Como ya va siendo hora de la democracia participativa por un lado y del compromiso de todos los bautizados dentro de la Iglesia por otro, el MSC ha empezado en Toledo a refundarse desde sus raíces con la esperanza de adelantarse un poco a los tiempos, ofrecer una propuesta que atraiga a los jóvenes y prestar un servicio eficaz tanto a la Sociedad como a la Iglesia.

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