OPINIóN
Actualizado 13/12/2013
Ángel González Quesada

Más preocupante que el interminable desfile de cargos, carguitos, miembros, representantes y allegados que desfilan cada día por las puertas de los juzgados y las cabeceras de los telediarios, es esa inquietante clac  que aplaude y jalea sus 'meaculpas' y sus diatribas de pretendida inocencia o candoroso arrepentimiento, sobre todo cuando se producen después de una condena firme en los tribunales.

El espectáculo del expresidente del Sevilla despidiéndose hace unos días de la afición después de haber sido condenado por gravísimos delitos contra la ciudadanía, se alzó a las cúspides del bochorno y la chabacanería por el acompañamiento de 'olés' y 'vivas' que secundaron a coro los desvergonzados gritos del condenado. Igual que a la puerta de los juzgados en que declaran dirigentes andaluces de UGT, una masa de enfervorizados individuos corea consignas de apoyo a los acusados de malversar el dinero de todos; o jaleando al que fue presidente de la Diputación de Castellón, un griterío de tiralevitismo y pelotería a la puerta de la audiencia nos avergonzaba a todos, tal como sucedió con el antiguo presidente de la Generalitat valenciana o en las decenas de casos de alcaldes, parlamentarios y caciques en general acusados de robo, la inquietud que supone la existencia de esas masas informes vociferantes, estúpidas, ojalá que desinformadas y, sobre todo, con un grado de servilismo escalofriante, no es menor que la preocupación que suscitan las firmas no tan desinformadas ni ignorantes, de parlamentarios que ayer solicitan el indulto a un ladrón en Valencia y las que hoy se ciscan en la legalidad y el Derecho solicitando nada menos que el incumplimiento de la Ley o la negación legal del humanitarismo.

No compararé las enormes colas de ciudadanos que esperan una firma autógrafa en el libro de una tal Belén Esteban con las hordas de descerebrados que jalean a un corrupto condenado o las que exigen a gritos la pena de muerte, la discriminación legal entre personas u otras mil aberraciones en la calle o en un parlamento. Son masas distintas, filas diferentes, fervores diferenciados. Pero hay una cierta incultura ética subyacente que muchos aprovechan, un papanatismo regular que sirve a aprovechados y bastante vagancia mental, incapacidad de discernimiento y simpleza moral en algunas de esas? -¿cómo llamarlas?- "actitudes", que las hacen? -¿cómo decirlo?- "parecidas".

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