OPINIóN
Actualizado 12/12/2013
Pablo Pascual Villoria

En la década que siguió a la segunda guerra mundial, los aspectos sociológicos de la  sexualidad la popularizaron entre el gran público al difundirse los estudios de Kinsey. Por otra parte, la anticoncepción hormonal fue experimentada fuera de Estados Unidos y aunque de dosis elevadas en su inicio, la píldora fue jaleada como panacea a la problemática del control natal. Por vez primera en la historia, se disponía de un fármaco eficaz, que sin relación directa con el acto sexual, obviaba con éxito la lógica de la relación sexual. Se daba asimismo otro aspecto sutil pero no menor: se fracturaba el natural binomio sexo-procreación. El concepto milenario de Medicamento o "sustancia que aplicada al organismo es capaz de prevenir, curar, diagnosticar o paliar un proceso patológico",  sufría el añadido final, en apariencia irrelevante: "o modificar una función". De esta manera, la FDA situaba en la órbita sanitaria, el primer fármaco (Enovid) cuyo mecanismo de acción era  bloquear una función fisiológica, la ovulación. Era un 9 de mayo de 1960. Quedaba inaugurada la Revolución Sexual.

La píldora incidió en las relaciones interpersonales, se alteró el ecosistema de la pareja, lo cual incidió en la familia ?célula social primigenia? configurándose luego formas diferentes, algunas inéditas; otro paso atrás en la convivencia. Con todo, no negamos la utilidad terapéutica de la asociación estrógeno-progestágeno en determinados problemas de salud o su contribución para paliar diversos problemas sociales. Sin embargo, la anticoncepción hormonal generalizada abría la caja de Pandora desde la misma concepción teórica de la salud. En plena Revolución sexual surge el concepto de Salud sexual o "integración de  los elementos emocionales, intelectuales y sociales del ser sexual por medios que sean positivamente enriquecedores y que potencien la  personalidad, la  comunicación y el amor" (OMS, 1975). Y en esa línea,  una forma muy actual de entender la Salud como "capacidad de desarrollar el propio potencial personal y de  responder de forma positiva a los retos del ambiente" (OMS, 1985).

Integrar para que se desarrolle el potencial personal es el objeto de la salud. Su antítesis consiste en disociar aquello que puede estar integrado. El desconocimiento de cuestiones esenciales como las relativas al reconocimiento y regulación de la propia fertilidad, el conocimiento y control del impulso sexual o el reconocimiento de la vida humana naciente, son ignorancias patéticas que conducen a deficiencias y discapacidades ruinosas para la vida personal, para la sostenibilidad del sistema sanitario y para la sociedad. Los reajustes desde el nivel educativo pueden desagradarnos pero sin duda urgen y conducen a un  modo de vida más satisfactorio.

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