OPINIóN
Actualizado 08/12/2013
Jesús Garrote

Hace mucho tiempo que no se hacina a los menores, desde la guerra civil. No hay orfanatos, ni hospicios, hay viviendas ? hogar y casas escuela. Todos estamos de acuerdo que los niños merecen una familia feliz que les dedique tiempo y los quiera. Pero la realidad es que a las viviendas hogar llegan muchos menores de familias desestructuradas, o impotentes ante ciertas conductas, de adopciones fracasadas, o de familias de acogida que a pesar de tener un apoyo económico de la administración tampoco se pueden hacer cargo de ciertas situaciones.

Podríamos contar muchas historias bonitas de buenas prácticas educativas en familias o viviendas hogar, hay muchos profesionales con formación y vocación que son referentes afectivos para los niños. Por otra parte hay una ley del menor que debe garantizar el buen trato y los derechos de los menores tanto en familias como en centros. Conviene saber que es punible, tanto maltrato como negligencia a la hora de exigir responsabilidades a los menores en ámbitos escolares, sanitarios, etc.

En estos ámbitos los recortes suponen un problema social acrecentado, si no proteges a tiempo los niños acabarán ingresando como infractores. También es peligroso que las decisiones sobre la protección de menores se realicen en base a criterios prioritariamente económicos.

Existen modas e incongruencias respecto a la función de los centros de menores, por una parte se acusa de la inconveniencia para los menores y por otra parte la sociedad pide consecuencias ante delitos cometidos por menores, a veces el equilibrio es difícil y temporalmente también un centro cerrado como el Zambrana de Valladolid es necesario.

La represión sólo no educa, por eso en las viviendas hogar tenemos que facilitar alternativas creativas para que los niños con problemas de conducta o víctimas de maltrato recuperen la ternura y curen sus rencores confiando en adultos que les ofrezcan un apego seguro. Debemos procurar una convivencia plural con equipos multidisciplinares comprometidos que den participación a los niños en la construcción sistémica de un programa educativo individual, en el que se contemplen las dimensiones conductuales, cognitivas y afectivas, sin afectividad no hay efectividad.

La crisis de las familias y el nivel de paro no beneficia la situación actual de los menores en riesgo de exclusión social, debemos estar alerta para prevenir desamparos en sociedades como la nuestra que presumimos de evolucionados.

 

 

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