OPINIóN
Actualizado 08/12/2013
Antonio Matilla

La ciudad es una red de redes, incluso Salamanca, en la que, según dicen, nos conocemos todos. Cada uno tenemos nuestra red, nuestro circuito, nuestras 'conocencias', pero el buen ciudadano es el que sabe que hay otras redes que se entrecruzan, interfieren, apoyan o someten a tensión la suya. Como tampoco tengo yo una expendeduría de títulos de ciudadanía, debo reconocer que también hay buenos ciudadanos que hacen pocos esfuerzos por compartir su red y así, el otro día, conocí a uno que, no habiendo nacido en Salamanca, hace más de cuarenta años que vive en ella, porque 'la apacibilidad de su vivienda' ?Cervantes dixit- le ha gustado y aquí se ha quedado. Compartía yo con él un poco de mi red y me confesó que, por su parte, conocía y había visto muchos scouts en otros lugares, pero que nunca se había tropezado con ninguno en Salamanca. Ni que esto fuera México D.F.

El individualismo clásico y contemporáneo favorece mucho el que las redes personales no se crucen. También lo favorece el urbanismo deconstruido. Puestos a pensar, alguien se dio cuenta de que la tortilla de patata, en lugar de ser entendida como un todo, en ella había patata, huevo, aceite del bueno, una pizca de sal y tal vez algo de cebolla u otros ingredientes, y así nos la presentó en un restaurante, deconstruida en partes. Rememoro mi experiencia de la ciudad cuando era niño; era verdaderamente totalizante: jugábamos al fútbol en Comuneros, antes Calle Pérez Almeida y más antes Rodríguez Sampedro, permitiendo que los coches de punto serpentearan entre los futbolistas infantiles, congelado el partido hasta que terminara de pasar el invasor mecánico, mientras por la calle Filipinas avanzaba lentamente el caballo que tiraba del carro de un basurero, reciclador avant la lettre, ecologista por propio interés que fabricaba 'compost' destinado a las hortalizas de las huertas de la Aldehuela o de Cabrerizos. Esta experiencia totalizante de convivir juntos niños y adultos, vehículos de motor y animales en una ciudad abierta al campo, ahora hay que hacerla de forma deconstruida: la Plaza del Corrillo parece un aparcamiento de vehículos industriales a primera hora de la mañana, lugar de paso el resto del día, sala abierta de exposición artística cuando el tiempo lo permite; hay calles peatonales, otras para vehículos, direcciones obligatorias, zonas comerciales, zonas residenciales, zonas universitarias, parques, paseos fluviales, polígonos industriales. Algo queda, en fin, de aquella ciudad abierta al mundo rural, aunque no sea más que un refrán: 'estos son los bueyes que tenemos y con ellos tenemos que arar'. Arar es crecer en humanidad en un entorno deconstruido.

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