OPINIóN
Actualizado 30/11/2013
Paco Blanco Prieto

Este domingo de Adviento en que los feligreses católicos inician el año litúrgico, preparándose para el nacimiento de Señor, los descreídos también encienden su vela, abren el devocionario social, se reclinan y viven su adviento laico, esperando la llegada del hombre nuevo al mundo, junto al cuadro de Dalí y los versos de Alberti.

En tiempo de oración, arrepentimiento y reflexión cristiana, es tiempo secular de movilizarse bajo las tejas, de pisar tierra social baldía para reverdecerla y de saltar al ruedo para hacer un quite a la pobreza, aunque toque arrimar el cuerpo a los pitones y recibir algún puntazo.

Mientras unos esperan la llegada de Jesús para darle a Dios lo que es de Dios, otros esperan al hombre nuevo que quite al César lo que pertenece al pueblo y le devuelva la esperanza en esta vida, porque del paraíso celestial ya se encargan otros de ganarlo por ellos.

El adviento seglar reclama la llegada del hombre renovado que devuelva la fe en el vecino y los valores humanos perdidos, que han sido desterrados por el abuso, la especulación, el engaño, la estafa y la falta de solidaridad, ante la urgencia de salvar cada uno su despellejada piel.

Un hombre nuevo que aliente esperanzas sociales de justicia, libere cadenas de miseria, redima la tristeza, promueva la hermandad, evite el dolor, distribuya los bienes, espante las moscas de rostros famélicos, invierta la relación de dominio, ponga libros en las chabolas, agite las conciencias dormidas y haga realidad la utopía de un mundo feliz.

En este adviento secularizado esperamos la llegada de una persona universal, regenerada con savia purificadora nutrida de honestidad y altruismo, que resurja como Ave Fénix en esta sociedad encenizada, para llevar en sus alas a toda la juventud que camina perdida en el laberinto del paro.

La corona de adviento laico está hecha con ramas solidarias que sostienen cuatro velas alumbradoras de otras tantas esperanzas: compromiso con los desfavorecidos, lucha por la justicia, esperanza en la felicidad y reparto de bienes propios, hermanadas con las velas católicas de amor, paz, tolerancia y fe.

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