Hace unos meses en el marco del Festiwal Czterech Kultur (Festival de las cuatro culturas) de Lodz un grupo de estudiantes asesorados por Karsten Troyke interpretaron algunas canciones inéditas de Sara Bialias. Más allá, de la siempre fascinante música Klezmer, no tendría mayor interés reseñar tal evento. No obstante, allí en Lodz cada primavera algunos pocos dicen algo cierto: que ninguna patria ha sido, es, ni será otra cosa que una encrucijada de caminos. Un lugar donde se encontraron, por ejemplo en Polonia, cuatro lenguas y, por eso, cuatro distintas formas de entender la vida. Polacos, alemanes, rusos y judíos. De estos últimos, por desgracia, muy pocos quedan. Tan pocos, que los estudiantes de Lodz, sin ser judíos, por ellos cantaban. En definitiva, la patria un solar común que hay que compartir, "sin odios por favor", nos dicen estos jóvenes. En el pasado agosto, en el Teatro de la Maestranza, en Sevilla la mora, judía y castellana Daniel Berenboim al frente de la orquesta West-Eastern Divan interpretaba la cuarta sinfonía de Beethoven. Orquesta compuesta por noventa y dos jóvenes israelíes, palestinos, sirios, libaneses, jordanos, egipcios y españoles. "Hay que tener coraje para aceptar el relato del otro" asevera Berenboim refiriéndose al enfrentamiento entre palestinos e israelitas. ¿Qué más? Hace unos días en Bilbao Rosa Redero, viuda de Joseba Goikoetxea, ertzaina asesinado por la ETA, preside, veinte años después, un póstumo homenaje. Un homenaje abierto, por propio deseo, a todas las víctimas y a todos los sentires partidistas. Permitió ser abrazada por antiguos miembros de ETA y, a su vez, ella abrazó a la hija de un asesinado por los GAL En los tres relatos los protagonistas o sus descendientes logran reconocerse como personas. Y en ese reconocimiento no caben vencedores, ni caben vencidos.