OPINIóN
Actualizado 29/11/2013
Ángel González Quesada

Mientras este país no se enfrente directa y honestamente con el problema del exagerado consumo de alcohol y sus consecuencias, sobre todo entre los jóvenes, pero no solo, todos los estudios e investigaciones estadísticas sobre salud, educación, cultura, ocio y otros muchos temas de alta relevancia social, aparecerán sesgados en sus resultados por ese condicionante perverso y siempre obviado, que hará que, de forma un tanto hipócrita, sigamos preguntándonos los porqués de los lamentables índices de competencia que alcanzamos y de los vergonzosos puestos que en las listas de torpeza intelectual nos sitúan siempre al frente.

En el caso particular de la ciudad de Salamanca, la molicie política, la incompetencia en la gestión pública, el clasismo de las estructuras universitarias y de quienes las gestionan, el burdo conformismo burocrático, una dinámica cultural hozando centrípeta en un autocomplacido provincianismo y la absoluta carencia de proyecto sociocultural alguno por parte de las instituciones, unidos a la amoral voracidad por las plusvalías hosteleras, la permisividad mafiosa y las normas de papel mojado, así como una escalofriante falta de imaginación e interés para la articulación del ocio, han conseguido convertir una ciudad otrora referente cultural y académico en un estrambótico contenedor de borracheras a la sombra de las históricas piedras, referente en toda España del ocio más grosero, tosco, pueril, vergonzante y permisivo, abrigado todo por una dinámica estudiantil orientada, desde las mismas asociaciones de alumnos y no pocos departamentos, hacia las fiestas alcohólicas universitarias como banderín de enganche en la opción salmantina de matrícula, hacia los fines de semana alcohólicos como principio, fin y sentido hasta el próximo, las nocheviejas alcohólicas inventadas con disfraces de fraternidad, las bienvenidas de borrachera, y en alcohol y sólo alcohol las celebraciones, los aniversarios, los autohomenajes, los abrazos, los saludos y las despedidas, contando hasta con la modificación académica de horarios docentes supeditados a las resacas y un sinfín de concesiones académicas, municipales, legales o de miradas a otro lado, intereses cruzados, argumentos espurios, vagancia mental y afanes inmovilistas que hablan (mal) mucho más de nosotros que los decorados de cartón ante los que nos fotografiamos (peor) en la feria.

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