OPINIóN
Actualizado 28/11/2013
Pablo Pascual Villoria

En la década de 1970, dos nuevas sensibilidades emergieron en el ámbito biomédico. Por un lado el oncólogo van Potter, a través de su obra Bioetics. Bridge to the future, manifestó la urgencia, dadas las crecientes posibilidades de intromisión en la vida humana por parte de las ciencias biomédicas, de tender puentes al futuro a través de la bioética: "sabiduría práctica  sobre el modo de evitar que la vida humana se malogre dadas las extraordinarias posibilidades actuales de inmiscuirse en la vida, bien para promoverla, bien para manipularla, degradarla o aniquilarla" (J.L. Barco). Entre sus competencias se encuentran los problemas éticos de las profesiones sanitarias o las cuestiones relacionadas con las políticas de planificación familiar.

Por su parte, en Canadá, veía la luz el Informe Lalonde, por entonces ministro de salud. El Informe analizaba los determinantes de salud, aquéllos que más afectan la salud  del hombre actual en los países desarrollados; observó que más que la propia biología o el sistema sanitario, los determinantes tienen que ver con el estilo de vida personal y el medio ambiente que le rodea. Una nueva concepción sanitaria se abría paso situando la salud en el ámbito del autocuidado personal, la participación comunitaria y la bioética.

Por esos años aparecieron los primeros daños colaterales de la revolución sexual. La eficaz disociación sexo-reproducción propiciada por la "píldora hormonal" a comienzos de los sesenta desbordaba el ámbito de la planificación familiar entre los matrimonios y pasaban al manejo indiscriminado, anticonceptivo, de la población joven. Se creaba una mentalidad anticonceptiva, antesala del aborto, que no tardó en ser legalizado (USA, 1973). No faltaron voces críticas ante ese nuevo escenario sexual: "El poder del consumo obliga a los jóvenes a ser idiotas adorables? la liberación sexual en lugar de dar agilidad y dicha a los jóvenes los ha vuelto desgraciados, cerrados" (Passolini, 1975). O también "La sociedad asume que el abismo de la decadencia humana está teóricamente equilibrado por el derecho de los jóvenes a no mirar y no aceptar? la vida organizada de forma legalista demuestra su incapacidad de defenderse de la corrupción de lo perverso" (Solzhenitsin, 1978). Las citas podrían multiplicarse.

Las patologías ligadas a la revolución sexual, hoy epidémicas, nos llevan lastrando medio siglo. Con todo, el problema no debe desesperarnos. Disponemos de recursos intelectuales, comunitarios y bioéticos suficientes para superarlo, favoreciendo estilos de vida saludables. Salmántica docet, que es capaz de educar desde sus piedras, ya hace cinco siglos identificó el problema a través de la ranita necrófila de su fachada y aportó la solución, encriptada en la escalera de su Estudio. Pero ésta, será otra historia.

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