OPINIóN
Actualizado 27/11/2013
José María Moreno

Vivimos en una sociedad libre y consecuentemente libres para pensar y libres para decir y, a veces, se llega a tales extremos que lo que se dice  es lo contrario de lo que se hace; lo que nos lleva a la actual contradicción en la que estamos viviendo.

Con frecuencia, en mis escritos, me refiero al pasado, pues es claro que de él debemos aprender, ya que está escrito que: "quién olvida su pasado está condenado a repetirlo."

Hoy parece que el no tener pasado y el hecho de ser joven es un valor en sí mismo, cuando simplemente es una circunstancia que el tiempo siempre cura, y bien digo que cura, puesto que más que un valor, puede ser una enfermedad de carencia de conocimiento y experiencia.

Las nuevas generaciones, sin duda, tienen el futuro en sus manos, pero está por escribir y nadie nos puede asegurar la bondad del mismo.

Volviendo a la antigua Grecia, madre de la democracia, el valor de la juventud quedaba para los juegos olímpicos, que por cierto, no sólo se valoraba el ganar sino también como se ganaba. Cuando se trataba de la gobernabilidad del Estado, sus senadores, para ser elegidos, tenían que haber cumplido los 60 años. La experiencia y el conocimiento de la condición humana, incluso les llevo  al hecho que, cuando se consideraba que la democracia no respondía a los intereses de los ciudadanos por haberse degradado; se nombraba transitoriamente un tirano (dictador), con amplios poderes, para que arreglara lo que la democracia era incapaz de hacer.

Lejos de mi está el pensar retroceder dos mil quinientos años, pero es claro que, hoy como ayer, las palabras pueden ir por un camino y los hechos por el camino contrario

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