La ciudad dormida asume con indolencia y olvida pronto las continuas agresiones que le infligen. Hace más de año y medio que retornó a Salamanca, ¡tras tres de ausencia!, el Cristo de las Batallas. Había estado en Madrid, en los talleres Granda, librando y perdiendo su última batalla. El crucificado, tal como lo conocíamos, ya no existe. Y no ha pasado nada. Ni nada va a pasar.
De las instituciones poco se puede esperar. Ya leímos y escuchamos en agosto las rajadas del Ayuntamiento por el "portazgazo" catedralicio. Y ¿en qué quedó todo? En agua de borrajas y el pago con dinero público de una rampa en Anaya. Innecesaria, porque las personas con problemas pueden acceder perfectamente al atrio por la zona de la torre. Bastantes problemas tienen ya los "mandas" con lo suyo como para considerar si fue o no desgraciada la intervención sufrida por la imagen. Pero otros sí pudieron pronunciarse. Ahí está el departamento de Historia del Arte y Bellas Artes. ¿Nadie se atreve a decir lo que piensa? Los responsables del patrimonio, castellanoleonés y diocesano, pasaron olímpicamente o aplaudieron, más sabiendo que el desaguisado lo pagó el del bluf veraniego con el equipo ilusionante que nos haría olvidar a la Unión. A los de la Asociación por la Defensa del Patrimonio únicamente les interesan las piedras; la prensa sólo pregunta a los iconoclastas y da por buenas sus justificaciones sin investigar, que lleva tiempo? Este es el panorama.
Tan solo desde la Semana Santa, pobres desgraciados, se han elevado algunas voces críticas contra tamaña barrabasada. Unas líneas en "Christus", al considerar los quinientos años de catedral y cofradías, y el excelente reportaje de Abraham Coco para "Pasión en Salamanca", en el que todos los protagonistas hablan y cada uno queda perfectamente retratado.
Existen razones técnicas de peso para cuestionar lo realizado, porque a día de hoy ningún restaurador serio sostiene la conveniencia de una intervención tan agresiva y, sobre todo, irreversible. Existe el sentido común, que nos hace ver que la imagen es arte y es historia, y que una restauración debe ir encaminada a garantizar la conservación de la pieza, saneándola y retirando los elementos espurios o perjudiciales, pero sin privarla nunca de su historia. Con los criterios de Granda tendríamos que cargarnos, por ejemplo, la torre de la catedral y dejar sólo los maltrechos restos originales que se conservan bajo el forro pétreo del XVIII, eliminando de paso la actual entrada a la Catedral Vieja.
Pero la cuestión fundamental, en este caso, es otra. Y es que el Cristo de las Batallas es (era) imagen de devoción. Eso dijeron siempre los propietarios. Ahí están las pinturas murales en la Catedral Vieja, testimonio irrefutable de lo mucho que se veneró en Salamanca a este Cristo, vencedor de sarracenos con el Cid y obrador de milagros extraordinarios para el pueblo. Por algo lo colocaron en la capilla central de la cabecera de la catedral, junto el obispo Jerónimo; por algo el gran Doyagüe compuso para él su célebre motete de Pasión; por algo Laínez Alcalá le dedicó uno de sus más logrados sonetos. Por algo, también, tuvo su propia cofradía y desfiló procesionalmente por las calles salmanticenses hasta 1971.
Y si la imagen es de devoción (era), ¿por qué le han quitado cruz y peana, mano y policromía, para dejar solo los restos primigenios del siglo XI en madera viva? Con la Virgen de Montserrat y otras imágenes románicas sucede lo mismo. Si los restauradores de "La Moreneta" hubiesen seguido en 2001 el mismo criterio que Granda, le habrían retirado todas los adiciones posteriores al XII, de manera que no habría habido más remedio que amputarle las manos, quitarle el niño y suministrarle un tratamiento a lo Michael Jackson para que luciese el blanco original. A nadie, ni a los benedictinos, ni a los restauradores, ni a los más puristas del retorno irracional a los principios, a nadie, absolutamente a nadie se le ocurrió siquiera insinuarlo.
Y esto es lo que ha sucedido. El Cristo de las Batallas ha quedado reducido a una imagen incompleta, sin cruz ni policromía, que se exhibe encerrada en estuche de metacrilato sobre la mesa del altar de su capilla. Dicen que a la espera de ser ubicado en el museo catedralicio, inexistente salvo revisión del concepto. En la hornacina han dejado la antigua cruz, basa incluida, y a ella han agregado una imagen recién hecha, posible recreación de lo que fue en su día la original, según suponen los expertos de Granda. Pues ustedes mismos.