OPINIóN
Actualizado 25/11/2013
Joaquín Merchán Bermejo

Me gusta leer en los ojos de las personas. Los ojos siempre dicen más que mil palabras. Lo aprendí cuando desperté al uso de la razón y empecé a escribir las letras en aquellas pizarras portátiles donde, con la tiza en una mano y el trapillo de borrar en otra, los niños de mi generación disfrutábamos, sin saberlo, del paraíso de la niñez.

Vengo de una generación que superó la "prueba del nueve" a muy temprana edad, tanto que nos truncaron demasiado temprano la niñez, nos hurtaron la adolescencia y nos convirtieron en adultos prematuros, todo ello sin apenas darnos cuenta. Por ello mi gusto desde niño (aún lo sigo siendo) por leer en los ojos de las personas. Viene esto al hilo de una cena a la que asistí hace unos días en compañía de algunos redactores y colaboradores de este medio con el obispo de Ciudad Rodrigo, Raúl Berzosa. En la misma, el azar me situó en la mesa frente a él. Además del ambiente especial y grato que se respiró en esa cena, de sus palabras sencillas y emocionadas en muchos momentos, me quedan en el recuerdo los momentos en que, al cruzar nuestras miradas, pude apreciar en sus ojos el brillo de un cielo, en el que muchos de los que estaban allí creían, tal vez otros dudaban y algunos seguramente estaban negando en su interior. Días después, paseando por la Gran Vía de Madrid, por esa calle donde la vida se muestra como un gran escaparate y la ciudad se abre al cielo con sus ruidos y sus prisas, pude comprobar, cómo dos mendigos, hombre y mujer jóvenes, envueltos en cartones se resguardaban del frío de noviembre ante el transcurrir de viandantes para los que eran invisibles. Me paré al ver llorar a la mujer previsiblemente de dolor, le pregunté si necesitaban un médico, él me dijo que no, al tiempo que con sus manos acariciaba el pelo de ella para calmarla y decirle: "Te quiero". Seguí caminando con la certeza de haber leído en aquellos ojos el infierno de la pobreza, de la miseria y de la enfermedad. Algo me consolaba en mi camino de vuelta, había comprobado que en el infierno, el amor también existe.

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