OPINIóN
Actualizado 24/11/2013
Santi Riesco

En este país somos muy de ladrar. Lo que viene siendo ladradores. Y somos así de toda la vida de Dios. Antes ladrábamos en el bar, con los amigotes y los vecinos; otro rato lo pasábamos ladrando en el descanso del café con los del trabajo y, por supuesto, no perdíamos la ocasión de ladrar muy fuerte en las reuniones familiares. Sobre todo si había cuñados.

Lo de ladrar tiene alguna que otra pega. Y no me refiero sólo al sabio y reversible refranero español. Por supuesto que el que mucho ladra, poco aprieta; y que tipo que ladra, bocado que pierde. Pero no van por ahí los mordiscos.

Estos días de atrás los barrenderos y jardineros de la villa y corte nos han dado una lección de dignidad. Y sin un solo ladrido. Los operarios de la limpieza han dejado de ladrar por las esquinas y le han dado una dentellada al sistema capitalista. Han mordido en las pelotas a las contratas que les tenían subcontratados. Y no han soltado hasta que se han arreglado las cosas. A los jardineros y barrenderos de la capital les han respetado su puesto de trabajo, no les han bajado el sueldo y, lo que es más importante, han intentado silenciar su victoria achacándola ?perdonen que me ría por no vomitar- a la última reforma laboral. Vamos, que no se les ha ido la fuerza por la boca (ni por el feisbuc, que es más peor).

Decía un tal Jesús que los últimos serían los primeros. Y ahora que el papa Francisco hace las mismas cosas que Jesús y nos recuerda sus dichos, no estaría mal pensar un microsegundo en lo de los barrenderos.

Y ya de paso, por el mismo precio, cuestionarnos los ladridos inútiles, la indignación virtual, la queja repetida. Estamos en el tiempo de la acción, de hacer, de moverse, de los gestos, del compromiso personal, de la unión con esos indignados de verdad que nos demuestran con su vida y su ejemplo que sí se puede, que no nos representan, que la persona es lo primero y que la revolución pendiente de la fraternidad depende de cada uno de nosotros. Guau.

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