Aún recuerda el columnista, entre las nieblas de su niñez, un caluroso día de Santiago cuando alboreaba la pasada década de los 70, el Balneario de Retortillo ardió como un tea. Por eso, en las frecuentes ocasiones que regresa a ese lugar le gusta rememorar aquellos sucesos que conmocionaron a la comarca, ya muy borrosos en la despensa de las remembranzas.
Fue en una jornada veraniega donde, en pocas horas, ese entrañable lugar, famoso por sus aguas sulfurosas, quedó reducido a cenizas; mientras, los bomberos, al mando del señor Calderón, el histórico capataz del parque de la capital, se veían incapaces de controlar las voraces llamas que arruinaron uno de los rincones más hermosos de la provincia.
En aquel dantesco momento, ya a la caída de la noche, con los restos, aún humeantes, se trazó el nuevo balneario y enseguida comenzaron las obras de lo que acabó convertido en un palacio de la salud. Y a la par, una empresa modelo que, gracias a su brillante gestión, llena de tanta prosperidad a la comarca, que durante su época de actividad (de marzo a noviembre) genera casi un centenar de puestos de trabajo directos, sin olvidar a las miles de personas que, cada año, acuden a ese paradisiaco rincón y constituyen una importante fuente de ingresos para la zona.
Por eso, ahora da pena que si finalmente se da luz verde a la explotación de uranio en Retortillo, ese lugar puede perder su hegemonía como tesoro del Campo Charro. Y dejará de interesar a quien admiró esas instalaciones surgidas en un paisaje 'surcado' por las aguas del Yeltes. Ese río tan hermoso que enamora y siempre invita a volver a pasear por sus orillas o disfrutar de un placentero baño en sus aguas.
Por eso, uno no acaba de entender que estando amenazado un lugar tan emblemático, de los más bellos de la provincia, haya tantos misteriosos silencios, en torno a la explotación de uranio. Mientras, pasa el tiempo sin que nadie diga nada de manera oficial, cuando lo cierto es que, cada día, en la zona continúan laborando para abrir esas minas en medio de la dehesa.
Esa dehesa, que es el emblema y la postal del Campo Charro va a quedar sentenciada a morir si finalmente alguien se decide a explotar el uranio. Pero lo que más duele en estas vísperas navideñas es que nadie habla para ver que hay detrás de los silencios que tanto preocupan. Esos silencios que en su misterio esconden la muerte de un lugar de ensueño.
Porque hay una cosa clara: si las minas fueran de material saludable y extrajeran algo que trajera riqueza a la comarca, hace tiempo que ya estarían vendiendo la moto. Y habría más de cuatro sacando pecho para presumir de esos logros y alzarse como mesías de la prosperidad de esta tierra.
Vamos, que uno desconfía tanto que está seguro que, al final acabarán con esos parajes para abrir gigantescas explotaciones a cielo abierto. Y entonces, adiós a la hermosura de la zona, a la prosperidad del balneario (porque las minas de uranio son justo lo contrario que se busca a la hora de contratar un plan de salud) y a la preciosidad de un rincón con el 'surco' del Yeltes parece hecho medida para no hartarse jamás de admirar su belleza.
Pero ya digo, lo que más preocupa es el silencio, sin que casi nadie diga nada ante la que se avecina. Tampoco que hayan surgido movimientos sociales, sabedora como es la sociedad que el uranio es tan peligroso y teniendo tantas muestras de ello. Porque hay una cosa clara de la que el columnista, que es de la zona, tiene su criterio. Y es que, cuando hay tanto peligro para el futuro y se calla es que hay algo que huele mal. Porque vistas las cosas, lo mismo alguien ha puesto el 'cazo' para llenar sus bolsillos y mantener esos silencios que van a llevar a la pérdida de ese rincón del Campo Charro.
Y con él tampoco se puede olvidar que van a poner en jaque a un balneario que surgió de sus cenizas para convertirse en un palacio de la salud.