Me llama López Pinto para participar en esta aventura digital y clama el despropósito cuando le pregunto cuántas palabras quiere. Como conozco a Juan Carlos desde que se pedía el número de palabras para hacer una columna, o sea, cuando la prensa era a secas, como un güisqui olvidado, nos reímos y acordamos un espacio como el del agujero negro de Hawking y el de la Torre del gallo miniaturizada. Es lo que tiene la red, hasta su propio significado de caer en ella, atrapado y anglosajonizado por las palabras de obligado cumplimiento, del 'word' al 'pixel' y de la 'cokkie' al 'google'. Si esto se lo cuentan a Pepe Coyote, que sabía la alineación de Corea del 68 de memoria nos manda a 'La Coquette' que era como la cajaespañaduero de entonces solo que sin preferentes. El significado viene a ser que el tiempo pasa y los detalles de la tercera revolución industrial se solidifican en un país que no tuvo la primera siquiera o la conocimos por los cromos de la máquina de vapor y por el 'saber y ganar'. En esas estamos escribiendo cuando caigo en la sospecha de que yo maté a Kennedy. Veamos.
Cincuenta años de aquello que entonces dio en llamarse el magnicidio ahora se ha quedado en el asunto JFK y todos sabemos lo que pasó. ¿O no?. Está claro. Yo tenía cinco años que es casi mayoría de edad para retener en la España del 'Vértigo' de Hitchcock en la que nací una foto que se queda ahí como una pausa para siempre. Era el año de Juan XXIII y del rezo en el pasillo de casa, el año que vivimos pensando si querías o no crecer. Luego vino tu transición y la de los otros, la del espigado secretario de pueblo que daba folletos de la LCR (Liga Comunista Revolucionaria) a la salida de misa y se hizo poco después diputado a perpetuidad como la sepultura que pagaba mi abuela. Ya digo, por eso yo maté a Kennedy, porque el título es el de la primera novela que leí de MVM (Manuel Vázquez Montalbán) tras haberla comprado en la librería 'Diego', familia del extraordinario poeta y amigo desaparecido Jose (Pepe) Diego, mientras ya filtraba su 'Contemplación de un álbum' con la 'Amenaza en la fiesta' de mi Tomás Sánchez Santiago y el 'Alzado de la ruina' de nuestro Aníbal Núñez. Vivimos a, ante, bajo, cabe esa transición tan denostada como que quien en ella chapuza su frustración lo hace con memoria selectiva, como la del Reader's Digest o algo así para evitar asistir a la ceremonia de la memoria colectiva que, en realidad, pesa lo suyo. Es como un chapapote; perdón, quiero decir, cachalote.
Así pues, con tales mimbres, volvemos. Gracias, JC.