Desde 1739 se ha venido imponiendo en la cultura occidental la ley de Hume que podemos resumir en la ecuación is=ougth (así es la realidad y, en consecuencia, así debe ser). La denominada falacia naturalista considera suficiente consensos o mayorías para normalizar situaciones a veces perversas o legitimar las más delicadas cuestiones.
Justamente dos siglos antes, un catedrático de nuestra Universidad, Francisco de Vitoria cuestionaba vivamente los derechos de conquista de la corona española sobre el nuevo continente recientemente descubierto. El maestro Vitoria utilizó las relecciones (lecciones magistrales encargadas por la universidad a comienzo del curso) para pronunciarse ante clamorosos excesos protagonizados por los nuestros en aquellas tierras. Con claridad y contundencia proclamaba los derechos de aquellas gentes y urgiendo sin ambages su respeto en base al denominado ius gentium o derecho de gentes. Desde el Estudio brotaba la palabra potente capaz de imprimir el mejor rumbo a la mayor empresa española conocida. No se trataba tanto de que los españoles otorgasen derechos; se trataba más bien de reconocerlos.
Algunos pretenden que la realidad puede ser fruto de la voluntad omnímoda del hombre; los seguidores de Vitoria, por el contrario, buscan la realidad que subyace y que precisa ser descubierta, desvelada, para dotarla luego de los recursos conceptuales que la expresen. Vitoria no podía prever, allá por 1539, la proyección que su doctrina imprimiría al Estudio salmantino que, andando el tiempo, sería reconocida universalmente como Escuela de Salamanca, primera cátedra de Derechos Humanos.
El legado vitoriano no puede ser más oportuno. Sí, la Declaración Universal de Derechos Humanos originada tras las dos grandes guerras (1948), debe ser recuperada hoy sin rebajas. Las fuentes de la vida y del amor no han cesado de contaminarse en las últimas décadas. Derechos Humanos básicos se viene sacrificando en el ara de la revolución sexual. Aquéllos reconocidos ya desde su preámbulo: "La pertenencia a la especie humana es el elemento fundamental para atribuir a cada uno su dignidad" o más adelante: "El derecho a la vida y al reconocimiento jurídico de todo ser humano" (art. 3 y 6). "La familia, elemento fundamental de la sociedad, que tiene derecho a protección y el derecho preferente de los padres a elegir la educación de sus hijos" (art. 16 y 26).
Las nuevas encarnaduras de la Escuela de Salamanca, sus universitarios, aportarán al tiempo presente ese decisivo impulso de "Solidaridad moral e intelectual" del preámbulo de la Constitución de la Unesco de 1946. Precursora de la ONU, la Sociedad de Naciones (Ginebra), contó para el comienzo de su andadura con el impulso del presidente norteamericano Wilson, que expresó por entonces (1918) algo que le honra: "No es mérito mío, sino de Francisco de Vitoria, un fraile dominico del siglo XVI".