En los pasados días todos hemos estado pendientes de las noticias que, con grandes dificultades, nos iban llegando de Filipinas. El papa Francisco nos invitaba enseguida a solidarizarnos con aquel pueblo hermano por medio de nuestra oración y ayudas materiales y personales de solidaridad. Lo mismo hacían, en cuanto al apoyo material y humanitario, las distintas ONGs, y el gobierno español acudía inmediatamente con un apoyo de emergencia.
Nuestra delegación de misiones trató de ponerse en contacto, infructuosamente, con los cinco misioneros que trabajan en Filipinas, cuatro de ellos en las proximidades de Manila y, por tanto, con menos dificultades, y una misionera jesuitina en un lugar de los más afectados por el tifón. Gracias a Dios ninguno de ellos se vieron afectados en sus vidas y personas. En la semana pasada este delegado tuvo que responder a las abundantes preguntas de interés por nuestros misioneros salmantinos.
De España son 123 los misioneros que trabajan en Filipinas. Aquellos con los que se ha podido contactar expresan los sufrimientos y necesidades que padecen las gentes afectadas por el tifón y cómo ellos están al pie del cañón tratando de responder a las necesidades inmediatas de las gentes con las que conviven y a las que sirven.
La misionera Ana Mª Perea, hermana de Nuestra Señora de la Consolación, que se encuentra en la zona centro de Filipinas, en la región de Cebú, dice que aunque han estado sin luz, no han sufrido esta vez las consecuencias más graves del Haiyán.
Otra misionera que está en Manila, Lucía Retuerto, hermana de la Caridad de Santa Ana, manifiesta que las ayudas están llegando y garantiza que las hechas a través de las Congregaciones religiosas llegan con seguridad a sus destinatarios.
El sacerdote Néstor Huenda, que se encuentra en el norte del país, está visitando en estos días la zona afectada para obtener información de primera mano, sobre el terreno, aunque sabe que en muchos sitios "No hay manera de entrar porque las calles están sembradas de cables, árboles caídos, etc."
Los misioneros permanecen junto al pueblo, como lo hacen siempre ante las catástrofes, consolando a las personas pero, sobre todo, viviendo lo mismo que vive la gente en cada momento. Y atienden las necesidades inmediatas y, lo que es más importante, seguirán allí acompañando en los planes de reconstrucción, a corto y medio plazo, de los medios materiales y de la vida humana, social y religiosa. Cuando la noticia se vaya apagando, ellos permanecerán allá, incansables y generosos, con el agradecimiento de las gentes, especialmente las más necesitadas.