Somos tan hipócritas que nos preocupa realmente la enfermedad cuando alguien cercano la sufre, tenemos más cuidado en la carretera cuando la siniestralidad o una multa llaman a nuestra puerta y nos sentimos conmovidos cuando las tragedias masivas nos llegan al corazón? Lo que no nos afecta tampoco nos importa y lo que no nos importa hacemos como que no existe.
Ha vuelto a pasar y siempre en fechas cercanas a la Navidad. Los desastres naturales, que se ceban siempre con los más desfavorecidos, tienen este paradójico oportunismo. Esta vez ha ocurrido en Filipinas, pero antes fue Haití, en 2010, Indonesia y Tailandia en 2004? da igual un tifón, un terremoto, un tsunami o un volcán, la fuerza de la naturaleza debe ser de las pocas cosas que aún no controla la especie humana, aunque no será por no desearlo y haberlo intentado.
En esta tragedia en concreto, en los dos primeros días me pudo la rabia. Cómo era posible que un tifón como no se había conocido antes ocupase sólo una pequeña reseña en la portada de los periódicos nacionales, cómo algún medio incluso osaba titular por el tópico de que no parecía que hubiera españoles entre las víctimas, cómo, en las redes sociales, Filipinas tardó varios días en ser 'trending topic' (tendencia mundial)?
Llevo diez días hablando por teléfono con Filipinas. He sentido, cuando las comunicaciones lo permitían, la desesperación por la falta de ayuda, el desconocimiento de la magnitud de la tragedia y el caos organizativo del país, pero también he vivido la emoción y el agradecimiento de misioneros octogenarios por escuchar la palabra España al otro lado, por preocuparse por ellos y por estar seguros de que la generosidad de todos se convertirá en la ayuda vital que ahora necesita la población.
Al tercer día del paso del tifón la movilización de los medios de comunicación y también de las ONG se hizo efectiva a pesar de la confusión, la mezcla de interés y morbo, de filón informativo y de tragedia. Toda ayuda es bienvenida y necesaria, pero es igualmente criticable el protagonismo de algunas organizaciones que nunca antes habían trabajado en Filipinas.
Hoy, casi dos semanas después, todos nos hemos sacudido un poco las conciencias y volvemos a nuestras rutinas, más pendientes de la Navidad que de la realidad, mientras que Filipinas, como antes Haití y otros países que sobreviven en la miseria, cae poco a poco en el olvido de la mayoría: en los medios de comunicación ya cuesta encontrar noticias amplias relacionadas con una recuperación que durará décadas, y las ONG, aunque siguen con sus campañas de captación de ayuda para los afectados, pasados unos meses o unos años regresarán a sus países para continuar el trabajo a distancia.
Los únicos que se quedarán, porque ya estaban antes del tifón y ahora siguen al lado de la población, con sus colegios, comedores, hospitales y albergues abiertos para los que lo necesitan, serán los misioneros y misioneras que, allí donde están, trabajan siempre a favor de los más desfavorecidos, por la justicia social y por la erradicación de las desigualdades. Son un ejemplo de vida de entrega sin contraprestaciones e incluso por encima de las creencias religiosas que predican.
Desgraciadamente hay demasiadas personas a las que ayudar, cerca y lejos, como para no tomar partido por ellos. Ahora es Filipinas la urgencia internacional, pero a nuestro lado también tenemos la responsabilidad de implicarnos y compartir lo que tenemos antes que dar sólo lo que nos sobra.