OPINIóN
Actualizado 19/11/2013
Fernando Segovia

?Y de lo breve, y de lo silencioso, y lo cercano. Todo aquello que olvidamos a menudo por mor del exceso de ruido, de lo fastuoso, lo exótico, de lo grande (aunque tenga escaso contenido a veces). Reconozco que me siento desbordado por los grandes espectáculos. No los soporto bien. Mis sentidos se atiborran de estímulos y no sé bien dónde atender ni cómo digerir éstos. Por eso puedo gozar más en un concierto de cámara que ante una estupenda ópera con espectacular escenografía. O pasármelo mejor en un estadio modesto (y ante un equipo sin renombre, en primera o segunda b) que en lo grandes coliseos de masas. Y eso parece sonar a herejía mayúscula. O disfrutar más y mejor ante una exposición bien seleccionada de dibujo sobre papel, que ante un espectacular alarde técnico y monumental de Marcaccio o de Ohelen, por ejemplo. Creo que vuelven a ser inconvenientes de la edad, me temo. Soy así de raro.

Mompou, y Klee me dictan, sin embargo, cercanía con el silencio, la sabiduría, sensibilidad escueta, la hondura y la ternura (aunque ésta parezca oponerse a la anterior). Su lenguaje no puede ser más puro y directo. Carente de artificiosidad, de vacío y pomposo envoltorio. Y va desde lo más infantil, lo universal y atemporal, disparado hacia el mismo centro de la sensibilidad que quiera abrirse ante ese claro mensaje y volverse a reconocer (y recogerse) en algo tan primigenio, tan simple y universal, a la vez. Si un músico con esa carga de misterio y sencillez sonora titula su pieza maestra (remedando a san Juan), "Música Callada", bastante está diciendo ya con ello. Y es que a veces la música es enemiga del ruido. Y Klee, el maestro Klee, que asimismo dictaba lecciones de poética pictórica y mínima sobre un simple y leve papel desde la mesa de un cuarto de estar. Eso no deja de admirarme siempre. Y me va a seguir admirando, supongo.

No es que quiera denostar todo lo grande, lo exótico y espectacular, que no. Que no va por ahí el asunto. Admito que hay mucho y muy bueno tras esas magnitudes representativas. Aunque pienso que en más ocasiones deberíamos volver a la atención de aquello no tan llamativo y sonoro, y recargarnos de intensidad emocional y de plenitud, desde la cercanía del silencio y desde la mayor simpleza creativa. Una vuelta (aunque difícil, en este mundo complejo y en estos tiempos) a la pureza más original. Tal vez ayude a despejarnos un poco un buen paseo vespertino junto al río en tarde otoñal, con el recuerdo a cuestas de uno de los poemas de Aníbal (otro maestro aglutinando en parquedades) de "Naturaleza no Recuperable", por ejemplo, la imagen escogida de unos dibujitos de Klee y, de fondo, cómo no, los compases de Mompou (o de Satie) al piano.

Es mi particular elogio hacia lo más simple, lo escueto, lo más intenso, lo pleno, lo que hoy creo acertado; lo comedido, lo justo, lo implícito, elegante, silencioso, sereno y tan cercano y mágico a la vez. Para mi, claro.

 

 

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