OPINIóN
Actualizado 17/11/2013
Antonio Matilla

Un nuevo desastre natural para añadirlo a los que propiciamos los humanos. Aunque el mismo tifón no tiene las mismas consecuencias en Tokio que en Manila. Todo está enlazado: la suave brisa que nos refrescaba en la Rúa estos días de atrás en ese otoño estival del que hemos disfrutado hasta hace poco, se ha debido de cargar de humedad y de energía y ha atravesado océanos y continentes hasta descargar en Filipinas matando a miles, destruyendo cientos de miles de viviendas y dejando sin agua potable ni alimentos a millones de personas. Es la globalización del clima. ¿Qué podemos hacer nosotros, pacíficos y sufridos habitantes de esta ciudad y provincia por las que, a veces, no parece pasar el tiempo? ¿Teníamos que haber respirado con menos fuerza? Sea como fuere es lo cierto que en estos días la generosidad y la solidaridad salmantinas también se globalizan y se ponen en marcha colectas e iniciativas de apoyo a los damnificados.

No acabamos de sacar la punta positiva de la globalización. Ésta se ha convertido en una especie de dogma indiscutible que no nos permite ver lo que tenemos más cerca, porque el individualismo no ceja entre nosotros: somos capaces de enternecernos con las familias de Filipinas y no nos conmovemos con los problemas de los que tenemos más cercanos y puede que hasta ni conozcamos el nombre de los que viven encima, debajo o al lado nuestro. La globalización es un hecho irreversible desde que Colón descubrió América o puede que desde antes, desde que a Pablo y compañía se les ocurrió pensar que el Evangelio debía traspasar las fronteras de Asia y llegar a Macedonia, o sea, a nosotros. Las finanzas y la expansión tecnológica se encargan de recordarnos cada día su irreversibilidad. Hay una dimensión positiva de la globalización; hay una globalización del amor, que piensa en un horizonte tan amplio como el Universo, pero actúa con el más prójimo, como muy bien subraya Papa Francisco en su reciente entrevista a las revistas de los jesuitas. Pero los salmantinos, los localistas, los nacionalistas de cada nación ¿no estamos estrechando demasiado el círculo? ¿No hemos caído en la trampa dogmática de la globalización negativa que es tan amplia y poderosa y que, por tanto, no le importa, incluso le viene bien para sus intereses que nos encerremos en nuestro ombligo?

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