Al calor de los acuerdos de la convención parisina de la UNESCO de hace diez años, relativos a la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, el gobierno de este país se apresta a perpetrar ?e imponer- nada menos que un llamado Inventario Nacional de ese patrimonio en España, amenazando con incluir en el mismo esa disciplina llamada Tauromaquia que, como se sabe, es el supuesto arte de lidiar toros. Previamente, ya se han encargado las autoridades educativas de un país en los últimos puestos en capacidades científicas, de comprensión y en general didácticas, académicas y pedagógicas, de imponer la enseñanza de tan excelso arte en los ciclos oficiales de enseñanza primaria, no vaya a ser que nos perdamos en tonterías como la investigación científica o la reflexión filosófica y abandonemos nuestras tan necesarias y culturales esencias como la afición a "la fiesta".
Ni la Convención de la UNESCO ni documento internacional, tratado o acuerdo alguno, en ningún ámbito, nunca, salvo que se retuerzan sus interpretaciones hasta los ridículos límites con que por aquí se argumenta de la torería, contempla que el patrimonio cultural de ningún lugar, ni material ni inmaterial, ni antiguo ni moderno, tradicional o no, incluya el salvajismo, la tortura de animales o los rituales sangrientos, por mucho que ciertas (in)sensibilidades lo consideren parte de su memoria sentimental, su irrenunciable afición, su bandera, o incluso un elemento de equilibrio ecológico ?lo que hay que oír-, hasta que digan, mutatis mutandis, que es actividad generadora de 'puestos de trabajo', coletilla que hoy parece servir para todo. Encerrar a un indefenso animal en un circo público para aturdirlo, burlarlo, torturarlo con variados métodos de mayor o menor intensidad en el daño, con lentitud cruel e insensible intención, para lucirse luego ante sus menguadas fuerzas hasta que, inservible, sangrante, loco de dolor y agonizante, es finalizado, entre espasmos y vómitos de sangre, por el muy cultural y nada inmaterial procedimiento de atravesarle con un estoque el cuerpo de parte a parte y a dolor vivo, no ha sido nunca un hecho cultural, más bien lo contrario, y seguirá causando repulsión en el mundo entero, por mucho que, intramuros, pueda incluirse en los inventarios nacionales, imponerse su estudio en las escuelas o abrirle el grifo de las subvenciones y apoyos que se niegan a la verdadera cultura.