El próximo domingo, día 24, fiesta de Cristo Rey y último domingo del año cristiano, se cierra el Año de la Fe que había proclamado el Papa Benedicto XVI antes de renunciar a su pontificado. Durante este año largo, pues comenzaba el 11 de octubre de 2012, en que se cumplían los cincuenta años de la inauguración del Concilio Vaticano II, se han ido realizando diversas celebraciones de la fe y múltiples estudios sobre los documentos del referido Concilio. Las celebraciones más significativas en Salamanca han sido las diversas peregrinaciones a la Catedral de gran parte de los arciprestazgos con sus respectivas parroquias. Algún arciprestazgo se ha animado a peregrinar al sepulcro de Santa Teresa en Alba de Tormes, para hacer allí la profesión de fe y de pertenencia eclesial que proclamó con su vida la ilustre patrona de nuestra diócesis de Salamanca Santa Teresa de Jesús, que terminó su vida con la significativa exclamación de: "Al fin muero hija de la Iglesia". Toda su vida había sido una continua profesión de fe y de confianza en Dios, que tan bien expresó en su magistral poema "Nada te turbe" con el feliz final del "Sólo Dios basta".
Decimos, pues, que termina ya el año de la fe. Pero no termina la profesión de fe y la necesidad de un permanente cultivo de la misma. Habrá que seguir recurriendo a las Sagradas Escrituras, que son las que nos hacen continuamente presente al Dios de nuestra fe, el Señor Jesús de Nazaret, el que nos revela la continua acción salvadora del Dios y Padre nuestro del Cielo, y que nos regala la permanente fuerza del Espíritu que alienta nuestro caminar por esta vida terrena, y nos asegura la posibilidad de encontrar la vida definitiva de lo que solemos llamar comúnmente el cielo.
La vida humana no es posible sin apoyarnos en la fe en las personas más cercanas, sea la familia o aquellas otras con las que compartimos trabajos y objetivos, y que nos permiten el desarrollo de la vida de cada día. ¿Qué sería de nosotros si no pudiéramos confiar en nuestros padres, en nuestros maestros, médicos y cuidadores? Y ¿cómo podría desarrollarse nuestra vida sin la confianza que da sentido a nuestro existir y nos asegura una continuidad en la existencia más allá de nuestra vida terrena? La fe en el Dios de Jesucristo ha dado fundamento a nuestra vida, y muchos de nosotros recibimos felicidad y aliento en ese Dios de nuestra esperanza.
Termina, pues, el año de la fe, pero el cultivo de la fe sigue siendo una necesidad y un regalo para los que ponemos en ella nuestro fundamento. Y la razón de ser de aquéllos que invitan a creer a los que todavía no se han encontrado con Jesucristo, nuestro Señor y Salvador: me refiero a nuestros insignes, queridos y generosos misioneros.