OPINIóN
Actualizado 11/11/2013
Alfredo Pérez Alencart

Premio Miguel Cervantes de las Letras, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Premio Octavio Paz, Premio Nacional de Literatura? No abundaré en datos biográficos  y demás reconocimientos que en vida hicieron (tardíamente, si bien es cierto) a mi buen amigo Gonzalo Rojas (1916-2011), un chileno universal no sólo por su dimensión cultural, sino también por sus múltiples periplos por el mundo: sea por motivos exílicos derivados del golpe de estado de Pinochet, sea por invitaciones y trabajos en Europa, América o Asia.

Ahora su obra es bastante conocida en España, pero recuerdo que, cuando lo conocí en 1991, pocos, muy pocos sabían de él, salvo en círculos académicos o en pequeños grupos poéticos. Comento esto, pues a raíz de los muchos premios, abundan los ensayos y comentarios sobre su obra. Pero se esquiva, en gran medida, una de las vertientes o 'visiones' que él nunca ocultó: su religación con Dios. Aprecien lo que escribía en 1943, en el poema "Algo, Alguien":

¿Mío, mi Dios, el viento que sopla sobre el mar del tormento y del gozo,

el que arranca a los moribundos su más bella palabra,

el que ilumina la respiración de los vivientes,

el que aviva el fuego fragmentario de los pasajeros sonámbulos?

 

El viento de su origen

sopla donde quiere; mis alas 

invisibles están grabadas en su esqueleto.

 

En este instante,

todos los hombres están oyendo mi golpe, mi palabra:

Los dejo en libertad.

 

Siempre joven de espíritu, Gonzalo se denominaba  a sí mismo "viejoven". Quienes lo conocimos, sabíamos de su profunda conexión con Dios. En años más recientes, algún periodista chileno le preguntó al respecto, y él no rehuyó responder: "Dios se enlaza con lo absoluto. Claro que uno tiene la formación católica, fuerte en Chile, y después se aparta de la ortodoxia en cuanto a lo eclesial y a todas esas pautas rituales un poco tercas y abusivas, al menos para uno. Pero se aparta sin abominar de Dios. No nos hagamos ilusiones. Todos esos niños, llámense Nietzsche o nuestro querido poeta Vicente Huidobro, cuando matan u objetan a Dios, en el fondo es por una gran preocupación. ¿Qué vas a saber tú del enigma tremendo del mundo, de afuera y de adentro? Lo desconocido existe".

 

II

El Eros sublime forma parte de lo Sagrado. Y antes de que algún mojigato se escandalice, recuerde la Biblia y especialmente uno de sus libros más hermosos: El Cantar de los Cantares. 

Pero vayamos a la poesía amorosa de Gonzalo Rojas, otra de las vertientes de la obra escrita por el notable poeta chileno. Y nada de conjeturas, habiendo testimonios directos del autor: "Alguna gente me ve como un poeta erótico, pero es que no hay nada humano ajeno al Eros. Sin embargo detesto el 'eros vil', el eros sucio y bajo. En mi poesía de amor lo sacro es siempre lo luminoso, aunque existe una íntima relación con ese Eros que forma parte de lo humano".

Se trata del Amor, en este caso a la pareja, como cuando en el poema titulado precisamente "El amor", Gonzalo confiesa:

 

Mírala. Es cosa frágil pero yo la elegí

entre todas las hijas de mujer, como Dios

a su estrella más pura, para que arda en el viento

de mi gran desamparo?

 

III

Quien lea con detenimiento su obra completa, podrá ir 'descubriendo' cómo la poesía de Gonzalo Rojas tiene innumerable anclajes bíblicos, algo poco analizado por tantos y tantos exégetas de su obra. Se pasa de puntillas sobre su relación con Dios, se elucubran teorías sobre cuestiones peregrinas, pero no se ve ni se expone lo evidente.

No quiero abundar en la base bíblica de su poesía amorosa, pues la misma relumbra para cualquiera que haya leído la Palabra, como lo hizo Gonzalo. Por ejemplo, su poema "Qué se ama cuando se ama", antologado en muchas lenguas del mundo, tiene buena parte de su fuente tanto en 1ª de Reyes como en el Cantar de los Cantares.

Recordemos, tratándose de Salomón: "Y tuvo setecientas mujeres reinas, y trescientas concubinas" (1ª Reyes 11:3); o también el Cantar 6: 8-10: "Sesenta son las reinas, y ochenta las concubinas, / Y las doncellas sin número;/ Mas una es la paloma mía, la perfecta mía; / Es la única de su madre, / La escogida de la que la dio a luz./ La vieron las doncellas, y la llamaron bienaventurada; / Las reinas y las concubinas, y la alabaron".

Pero, por si alguien tuviera dudas de la procedencia de esa poesía que críticos mundanos se solazan de catalogar como erótica, baste el título de un texto publicado por el propio Rojas: "Paráfrasis". Y de cierto que es una paráfrasis de Cantar 1: 9: "A yegua de los carros de Faraón /  Te he comparado, amiga mía". Y en el poema "Pareja humana", pide a dios que le abra (a él y a su pareja) de una vez, tal como ese otro texto bíblico: "Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía?". (Cantar 5:2).

 

IV

Oigamos de nuevo a Gonzalo Rojas, explicando su poesía amatoria: "Yo no soy un poeta erótico. Yo escribo desde la Palabra para exaltar el cuerpo. Para mí el placer es algo sagrado. El parto es algo sagrado. Hay otros poetas que escriben sobre erotismo, yo soy un poeta que escribe sobre el cuerpo".

Y ante una repregunta, amplía su comentario el poeta de Lebú y de Chillán: "Sí, vuelto por un lado hacia lo sacro y, por otro lado, hacia lo sensual, pero que es más bien una sensualidad atada a lo sacro. Por eso, en mi lectura pública en Madrid, dije que para entender la poesía amorosa no bastaba con leer ni a Darío, ni a Bécquer ni a Neruda, exponentes de la poesía amorosa, sino a los místicos españoles, a Juan de Yepes, a Teresa de Jesús?, porque esos, al fondo, conocían muy bien el cuerpo. Eran unos poetas, que por muy santos que fueran, tenían un sentido muy claro del cuerpo".

Gonzalo Rojas es un poeta que Ama con el cuerpo, pero también con todas las potencias que Dios supo donarle. Con él lo sensual tiende a lo sagrado: el Eros es sagrado.

 

V

He aquí esta breve antología de poesía amorosa religada a la Biblia y al Dios que Gonzalo supo reivindicar como suyo

 

¿QUÉ SE AMA CUANDO SE AMA?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en particular fugaces
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.

 

CÍTARA MÍA

Cítara mía, hermosa
muchacha tantas veces gozada en mis festines
carnales y frutales, cantemos hoy para los ángeles,
toquemos para Dios este arrebato velocísimo,
desnudémonos ya, metámonos adentro
del beso más furioso,
porque el cielo nos mira y se complace
en nuestra libertad de animales desnudos.

Dame otra vez tu cuerpo, sus racimos oscuros para que de ellos mane
la luz, deja que muerda tus estrellas, tus nubes olorosas,
único cielo que conozco, permíteme
recorrerte y tocarte como un nuevo David todas la cuerdas,
para que el mismo Dios vaya con mi semilla
como un latido múltiple por tus venas preciosas
y te estalle en los pechos de mármol y destruya
tu armónica cintura, mi cítara, y te baje a la belleza
de la vida mortal.

 

PARÁFRASIS

Mi amor lo duermo en palisandro con mi desnuda

en el destierro, una sábana

por cristal encima;

 

a yegua

de Faraón la he comparado

por las piernas largas de su vuelo,

alados los tobillos

sin más ajorcas que el diamante

finísimo del frescor, veloces

los dos besos de sus pies;

 

a yegua 

fragante de Faraón la he comparado.

 

PAREJA HUMANA

Hartazgo y orgasmo son dos pétalos en español 

de un mismo lirio tronchado
cuando piel y vértebras, olfato y frenesí tristemente tiritan
en su blancura última, dos pétalos de nieve
y lava, dos espléndidos cuerpos deseosos
y cautelosos, asustados por el asombro, ligeramente heridos
en la luz sanguinaria de los desnudos:
un volcán
que empieza lentamente a hundirse.

Así el amor en el flujo espontáneo de unas venas
encendidas por el hambre de no morir, así la muerte:
la eternidad así del beso, el instante
concupiscente, la puerta de los locos,
así el así de todo después del paraíso:
?Dios,
ábrenos de una vez.

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