El color del otoño en la Sierra merece ser visitado cada año, más aún si se es pintor, para
Volví a Mogarraz buscando otra vez el arte de Florencio Maíllo, en esa portentosa muestra de talento que aúna su técnica a la nostalgia de los recuerdos en forma
Lo primero que aprecié es que la luz la afecta y la ganancia de la muestra en este tiempo otoñal se me hizo palpable. Será que como todo lo entrañable amarillea, será que en estos días cercanos a los santos las almas son más almas y los retratos presencias. Huyo, desde
Esa adaptación de la muestra, en este caso con 700 retratos exhaustiva, a las típicas calles de Mogarraz me parece casi milagrosa. Se debe a la afinidad del color, al soporte en chapa de zinc allí tan usada, a la técnica de encáustica antigua y natural, sobretodo, supongo, a la maestría, que como no puede ser menos ha ido creciendo en cada retrato por esa pasión, tan contraria a la rutina que le ha puesto el autor; puede que también se deba a la intemperie, que expone las obras al cambio de los vientos a la lluvia limpia de allí, y los va matizando, envejeciendo en esa lucha de la cera y el agua y el orín. Y si acabaran por disolverse solo
He visto después que se hicieron noche de ánimas en un itinerario teatral que aprovechó sus imagenes para evocar a antiguos moradores blanquinegros, nunca espectros, o nombrar a vecinos actuales coloreados con cierta fresca juventud. La muestra es importante al mayor nivel que el arte admite. Florencio Maíllo insiste consecuente en esa foto fija de su pueblo antes de la fuerte emigración, decadencia, abandono de su forma
Con todo el admirable desarrollo conceptual de esos retrata2, también valoro, como infatigable degustador de la pintura, lo que tiene la muestra de soltura, destreza, técnica aplicada a lo que cuenta