Esta ciudad tan sentida nos da mucho que sufrir. Nos va mal, en líneas generales, pero aquí nadie hace nada por defender lo propio. En poco tiempo nos quedamos sin Caja de Ahorros, con todo lo que suponía la obra social, desaparece El Adelanto, cierran la Sánchez Ruipérez, liquidan la UDS, continúan desmantelando el Archivo Nacional? y no pasa nada. Nadie reivindica, ningún político asume el liderazgo ni siquiera para canalizar las protestas que permitan mostrar al menos el desacuerdo. Y así nos va. La sociedad salmantina está adormecida y asumimos, sin más, la fatalidad de un destino cuyos sueños de grandeza quedaron en las vivencias del pasado.
La forma de ser del salmantino lleva ordinariamente al desdeño de lo propio, y si no valoramos lo nuestro, mal lo vamos a defender. Y tan de paletos es creer que tenemos lo mejor como la exhibición sin disimulo de una fascinación bobalicona hacia lo foráneo.
No queríamos suficientemente a la Unión, y por eso nos la dejamos perder entre todos. Pero, claro, es que hasta en los años de gloria los propios salmantinos vestían más camisetas del rival cuando se jugaba contra el Madrid o el Barça. Se era de otro equipo antes que de la Unión, y ya está dicho todo. ¡Lo mismo que en Oviedo!
Llegan las ferias y pasamos por las casetas regionales, que la gastronomía española es variada y rica. Mas qué poco duró el experimento de los Bandos y su espacio dedicado a los productos de la provincia con denominación de origen o calidad. Nadie protestó, a nadie se interpeló, porque de haber habido demanda se hubiera recuperado. Nos va más el pescaíto, la sidra o la pitarra que la morucha, la lenteja armuñesa, el queso de Hinojosa o el vino de Las Arribes.
Nos ponemos a ver procesiones y parece que solo existen los fanáticos del costal y la trabajadera. Alguno hasta sesea. ¿Tanto embruja Sevilla que nos lleva a copiar sin más? Se quejan los curas porque nadie lleva el nombre de la patrona y no se la considera? como si lo hubieran puesto fácil, que guasa tuvo tener que pagar durante años para rezar ante ella.
Son ejemplos al azar, significativos, eso sí, de la idiosincrasia salmantina. Mirarse el ombligo y pensar que lo nuestro es lo mejor, como hacen otros, implica cerrazón, cortedad de miras e incapacidad para disfrutar de todo lo demás. Una sociedad dinámica tiene que estar abierta a conocer, valorar y asimilar todo lo bueno que llega del exterior, pero sin renunciar a aquello que la define. El desprecio sistemático de lo propio y la asunción sin más de lo foráneo diluye y empobrece, nos vuelve genuflexos y todo acaba dando igual. A fin de cuentas, si desparece la Unión seguimos teniendo al Madrid y al Barça (ahora también al Atleti, menos mal), si nos quitan la Caja hay otros bancos, qué más da. Cierra El Adelanto, y qué, quedan otros medios?
Nos da igual y, sin embargo, es la historia de la ciudad la que nos están arrancando a jirones, que la Caja, la Unión, la Fundación, El Adelanto son como los monumentos. Es lo mismo que cuando perdimos los monasterios de San Francisco o San Vicente, cuando nos dejamos arruinar el convento de los jerónimos? ahora lloramos y exigimos conservar las ruinas. Qué pena de ciudad. No es tan culta como dicen, porque lo de la limpieza a la vista queda. Y la culpa es primero de quien ensucia, que conste.