Cuántos habrá que piensen que corresponde a los gobernantes de toda magnitud arreglar el mundo. Solucionar las grandes cuestiones seguramente les corresponde a ellos. Sin embargo, la vida diaria está hecha de pequeños detalles, que no van más allá del entorno en el que vivimos. La ciudad, el barrio, la comunidad de vecinos? es ahí donde estamos, es ahí donde nuestro comportamiento es imprescindible para mejorar, sumando compromisos, el pequeño mundo en el que vivimos. Y si fuéramos realmente comprometidos, lo notaríamos.
Estamos acostumbrados a exigir a los demás lo que no somos capaces o no queremos exigirnos a nosotros mismos. ( Estaba tardando en hacer referencia a la generosidad: piedra angular para la convivencia ). Pensar en los demás, porque existen y están a nuestro lado, debería ser como una alarma encendida, permanentemente, en nuestra cabeza.
Nos movemos en la sociedad de la prisa. Las nuevas tecnologías han logrado la comunicación instantánea, algún medio de locomoción ha avanzado hasta el descarrilamiento ( recuerdo cariñoso para las víctimas del accidente de Santiago ), en otros nos ponen radares , no para sosegarnos, sino para recaudar, porque las prisas las inculcan desde arriba.
Y en nuestra vida diaria también andamos con prisa. Valoramos los segundos de espera en un semáforo más que las milésimas en la Fórmula 1. Y no tenemos paciencia y luego pasan cosas. Los automovilistas cometen fallos, los peatones muchísimos fallos, tenemos que reconocerlo. Y porque un automóvil haga daño, no siempre tiene la culpa. Sería bueno regirnos por el sentido común, sin prescindir de las normas, pero imperando el sentido común. Cruzar un paso de cebra haciendo uso de la preferencia de paso, muchas veces es una temeridad. Torcer el rumbo que llevamos por la acera, tirarse al paso de peatones, como hacen tantas persona ( mayores, sobre todo ), y no mirar en qué condiciones llega el coche: proximidad, velocidad? es comprometer la propia vida. Primero hay que dejarse ver, asegurarnos de que somos vistos, y si frenan, cruzamos. Si no frenan, esperamos, rabiamos, perjuramos, pero no nos atropellan. Antes que la preferencia está la seguridad. Y no vale echarle la bronca al coche que llega después y para. Esto pasa.
Y en los pasos regulados por semáforos, ¿ por qué no tratamos de circular por nuestra derecha ( esa costumbre que tenemos cuando vamos por las aceras ) y no preparar el batiburrillo de personas que se chocan y se entorpecen al cruzar? ¿ Por qué no lo intentamos?
Pequeños detalles de convivencia que irían arreglando nuestro pequeño mundo. Nosotros mismos.
Qué bonito sería que en este tiempo de las prisas y la poca altura de miras, tantas veces, no encalláramos con el zapato que se nos hundió en el fango y sí fuéramos capaces de volar tras el sombrero que nos llevó el viento. ( Inteligentibus pauca ).