OPINIóN
Actualizado 03/11/2013
Enrique de Santiago

Siempre consideré que la diferencia entre hombres y mujeres se limita al continente pero nunca al contenido; que somos diferentes en la formas, pero iguales en los fondos y que cuando unos u otros hacen uso de su género es para obtener un rédito, una ventaja, un beneficio y por tanto tiene un efecto dual, por un lado lo que consigue es perjudicar la dignidad de los de su género y por otro miserabilizar al autor.  Aquellas actuaciones, legislaciones, procedimientos, actitudes y formas de expresarse y referirse a la mujer o al hombre, como diferentes, sea cual sea su sentido, significado o intención, lo que hacen es provocar una diferencia y, en esa medida, generan una discriminación absolutamente repugnante y desdeñable.

Hoy, el problema, el conflicto, se encuentra en el trato que se les pueda conceder a los mayores, a los menores y a los discapacitados, a todos aquellos que de una u otra forma carecen de voz, de voto, de valor social.

Hablan los medios de comunicación de mujeres asesinadas y hacen referencia a la violencia de género, no así cuando el fenecido es el varón, en el que se hace referencia informativa como un simple delito; pero, resulta grave que los mayores no tengan trato mediático y el de los menores únicamente como objeto de pedofilia o referido a noticias luctuosas relativas a los padres, pero no se hace jamás mención a los niños sin cuidados, sin educación, sin cariño u objeto de arma arrojadiza entre padres en proceso de liquidación matrimonial.

Cuántas personas sufren acoso, dolorosos tratos diarios y daños irreparables en la educación y formación de sus hijos para encubrir criminales actuaciones de presuntas asociaciones sin ánimo de lucro; cuántas personas son maltratadas, atadas, perjudicadas y abandonadas en lo que antes conocíamos como asilos y ahora de forma eufemística denominamos residencias de la tercera edad. Cuántos hijos maltratan a sus padres, les quieren únicamente por su dinero o sencillamente los consideran un estorbo dejándolos en el hospital para irse de vacaciones sin el "viejo". Cuántos menores, o mayores, discapacitados intentan ser aparcados en instituciones para no ver el problema, para no sentir el dolor o, sencillamente, para quitarse del medio lo que se considera una molestia.

Demasiado dinero, esfuerzo, trabajo y actuaciones para la igualdad entre el hombre y la mujer, para algo que ya hemos conseguido, aunque precise de vigilancia, y qué fácil resulta a la sociedad mirar para otro lado, vivir tranquilo y dedicado al onanismo mental para no ver el dolor que, día a día, hora a hora, se origina en quienes no tienen valor político por no tener derecho al voto, ni social por no estar en el proceso productivo, ni humano por no ser queridos por los suyos y por los ajenos.

Demos un paso adelante e intentemos que la defensa del ser humano sea integral, sin tener en cuenta su edad, su sexo, o su capacidad, sino únicamente que somos personas y todos merecemos el mismo cariño, trato, derecho y valor.

 

 

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