Estar vivo es lo que tiene, que uno no quiere ni oír hablar de la muerte. Y se inventa una fiesta con calabazas aprovechando que llega el momento de cosecharlas. A los vivos, ya lo sabemos, no nos gusta que nos recuerden que estamos de paso. Eso no vende. A los vivos lo que nos gusta ?no hay más que ver los anuncios de la tele- es comprar cosas que nos alarguen la juventud, nos estiren las arrugas y nos reduzcan el vientre. Llenar nuestras casas de chismes que nos hagan creer eternos, de cachivaches que nos ayuden a correr en dirección contraria a lo inevitable, de cacharros que nos oculten el final de la vida. Y escondemos la muerte.
Y los vivos disfrazamos el tabú de la muerte con ayuda de unas calabazas para hacer como que nos damos cuenta de que la muerte es el final de la vida. Es un auténtico truco con el que nos engañamos. Hablamos de la muerte disfrazándola, sin asumir que no podremos evitarla. Es un auténtico trato con nuestra conciencia. Aceptamos envolver con el dulce cabello de ángel de las calabazas el trago amargo de la pérdida y el duelo, la despedida y el final de la vida. La muerte.