Por la violencia ¿hacia dónde?

Nos vamos acostumbrando a todo. Nuestra sensibilidad caduca antes que los yogures y en el congelador no sabemos mantenerla. No tiene sitio. Reaccionamos puntualmente, no exentos de cierta hipocresía, cuando el noticiario nos golpea con sucesos por doquier y de todo género. Es la sociedad avanzada y progresista que nos estamos ofreciendo unos a otros, camino del incivismo que nos distingue, cuando era de esperar un mayor humanismo. Y todos tenemos culpa. Unos por defecto y otros por exceso: unos porque no hacemos lo que sería necesario y otros porque las leyes les resbalan y campan a su antojo. Los jueces se han agrupado en diversas tendencias, según el pesebre que les mantiene y se han olvidado ? eso parece, aunque no todos ? que lo que realmente deben ser es jueces para la justicia, sin otros apelativos ni otros fines. La independencia no debería saber de ideologías ni colores y las leyes no deberían ser objeto de tanta interpretación interesada y subjetiva. Pero es lo que hay, no sabemos hasta cuándo.

Ciñéndome a la sociedad salmantina, estamos observando cómo se propaga la agresividad y la violencia a colectivos que desarrollan una labor imprescindible y de primer orden, necesaria antes o después para todos. Cuántas quejas y denuncias hemos escuchado del pasado sobre nuestros maestros y profesores. Aquello de "la letra con sangre entra". Si intolerable era aquello, intolerable es que ahora, hoy, se de la vuelta a la tortilla y sean los profesores los que se conviertan en objeto de agresiones. Hemos pasado del "se lo voy a decir a tu padre" al "se lo voy a decir a mi padre". Y viene el padre y atiza, si es de esa catadura, o insulta, o intimida. Y el hijo? como astilla de tal padre. ¡ Educando para la democracia!

Y metidos en harina, han aparecido los que no tienen inconveniente en agredir al personal sanitario. ¿Por qué? ¿Qué nos altera, qué nos lleva a la agresión de quien está cuidando de nuestra salud y de nuestra vida, como ni nosotros mismos sabemos hacerlo tantas veces? ¿ La espera? ¿El diagnóstico? ¿El trato? Tenemos una educación sanitaria penosa. O no vamos, o vamos tarde, o estamos allí a diario. Que de todo hay. Educación, en su más amplio sentido, es lo que nos falta. Si algo bueno y destacable tenemos en esta sociedad nuestra, son unos profesionales sanitarios "cum laude". Siempre habrá algún holgazán, algún incompetente, pero no desdice, ni resta prestigio y valor a la mayoría que es profesional y entregada a su trabajo como en pocas profesiones. Y tenemos que reconocerles su entrega y sacrificio, el sufrimiento que suponen el ejercicio de su trabajo, cuando las cosas no salen como esperan, cuando ellos buscan siempre lo mejor para el enfermo. Hay que ponerse en su pellejo y respetarlos y estar agradecidos siempre. Son lo mejor que tenemos y merecen nuestro reconocimiento y gratitud.

Les ha llegado el turno a los examinadores de tráfico. Históricamente, agresiones se han producido en toda época, seguramente. Malo es que se generalicen y se conviertan en el pan de cada día. Por muy importante y necesario que sea tener el permiso de conducir, no lo es menos el respeto debido a quien examina y que lo hace, en conciencia, con justicia y dicta su veredicto. En este caso que nos ocupa, conozco de buena fuente alguna connivencia habida entre examinador ( ya jubilado ) y autoescuela que buscaba beneficio para determinados alumnos "recomendados". Es agua pasada y de todo hay en la viña del señor.

Mal camino llevamos. No podemos acostumbrarnos a estos comportamientos que dicen muy poco de una sociedad tolerante, respetuosa y avanzada. La violencia no es solución de nada. Y la justicia tiene que ser severa para que esto no vaya más lejos. No podemos admitir que traiga más cuenta ser verdugo que víctima. La última palabra es de quien debe administrar justicia, sin consentir que esto se convierta en un reino de taifas y en "todo vale para conseguir mis objetivos", sin que pase nada.